El poder máximo

Siempre digo que recuerdo mi paso por el colegio, dentro de todo, como una experiencia positiva. Si bien sufrí acoso (por gordo y marica), tuve también mucha protección y compañía. Incluso en los momentos más difíciles, pude contar siempre, desde mi silencio e introspección, con una red de apoyo que, si bien callaba la mayoría de las veces (al menos desde lo que yo veía), al menos me hacía sentir parte y me daba casi todo aquello que por el lado de mis acosadores se me negaba: seguridad, cariño y un lugar.

Ahora, sabiendo lo que sé y conociendo las historias de tantas personas que han debido sobreponerse a profundas heridas provocadas por el acoso, y sin animo de minimizar mis cicatrices y experiencias, realmente siento que mi historia es leve. Pero eso no quita que, en un mundo ideal, jamás debería haber vivido situaciones de bullying.

Más allá de mi círculo familiar y amistoso, había otro que, de alguna manera, también intervino directamente en mi experiencia estudiantil: el profesorado. Desde su inexperiencia en materia de diversidad (en los 80 y primeros años 90 poco se hablaba de esto en los centros y menos durante su formación docente), supongo que la gran mayoría actuó de acuerdo a lo que pensaban que era lo correcto: hay quienes siempre fueron un oasis en los momentos oscuros, quienes no hicieron nada (por miedo, pereza, ignorancia o comodidad), quienes dieron la espalda pese a saberlo, quienes pensaron que estaba bien o que eran cosas de niños, y quienes directamente fomentaron el acoso con comentarios burlones o hirientes para intentar congraciarse con otros estudiantes más populares.

Y no les voy a someter a un escarnio público porque no se trata de venganza (y porque en su conciencia docente saben, espero, si actuaron bien o no), sino que se trata de agradecer a esos oasis que comentaba antes por ayudarme a ser la persona que soy. Sin sus palabras siempre amorosas, sus demostraciones de cariño y su buen ejemplo, quizás no hubiera podido seguir adelante. ¡Gracias!

Al resto, espero que en todos estos años de ejercicio profesional, la vida os haya enseñado a ser mejores personas y mejores docentes, no por vosotros, sino por todas las personas que vinieron detrás de mí entre el alumnado y que necesitaron vuestra ayuda. Espero que hayáis sabido estar a la altura.

Si supierais lo importante que podéis llegar a ser en nuestras vidas, más allá de la mera transmisión de conocimientos, quizás podríais valorar vuestra actitud ante el acoso y actuar de acuerdo a la responsabilidad que implica vuestro rol. De ahí el gran valor de la visibilización de la diversidad en el profesorado como en la generación y defensa de actitudes de respeto y convivencia entre el alumnado. Al final, sois las personas adultas que, fuera del entorno familiar o social inmediato de cada estudiante, nos ayudáis a construirnos de manera más directa. ¡Ese es vuestro poder máximo y depende de vosotros usarlo para bien! Espero que sepáis hacerlo.

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente