Gana el bully


 

El bully, en lengua inglesa, es la persona que acosa, que quiere causar daño e intimidar a quienes percibe como vulnerables. Es la representación más clara y evidente del “gallito”, ese macho dominante y poderoso al que nadie hace sombra. Pero el concepto de bully ha traspasado las fronteras y tiene ahora múltiples representaciones: quien es capaz de soltar una montaña de mentiras o datos falsos sin arrugar la nariz, quien impone su ideario a golpe de titulares o de ataques directos, quien enarbola sus derechos por encima del de otras personas, quien acusa impúdicamente a otra persona de sus propios errores, quien exige honor y transparencia para seguir tapando sus trapos sucios… Sí, la política se ha llenado de perfiles así.

Pero el fenómeno no es exclusivo y ha traspasado también otros ámbitos. En televisión, en los matinales y en el prime time. En las tertulias. Quien más grita y más agresividad exuda, más minutos de pantalla tiene. Gana la vulgaridad sobre la información. Gana la mentira sobre la información. Gana cualquier otra cosa y siempre pierde la información. No se pide veracidad ni se le espera. El público, ancho y servil, comulga con ruedas de molino sin ningún complejo, para luego vomitar en redes sociales las imbecilidades más grandes que se hayan visto jamás, compartidas sin pudor y aupadas por cuentas falsas y reales hasta el olimpo de la popularidad.

El odio a todo campa a sus anchas y no hay un espacio para la comunión, para poner en común lo que nos separa y lo que nos une. No. Directamente, si no pensamos como tú, estamos en tu contra. En la tuya y en la de tu séquito. Y se abre el fuego a diestra y siniestra, porque el objetivo es la destrucción de lo diferente a ti. Y circulan fotos, datos personales, direcciones y cualquier cosa que favorezca el debilitamiento del otro. ¿Qué más da si le haces daño? ¿Qué te importa si se le pone en peligro? Al final es el enemigo por destruir, ¿no?

Y cuando esto se cruza con los que hasta ayer fueron grupos oprimidos, pero que hoy no sienten ninguna vergüenza al acosar y excluir a quienes ahora son los colectivos más vulnerables, podemos hablar también de ruindad y mezquindad. Desde siempre me ha costado comprender cómo perdemos la memoria tan rápido y cómo borramos los nocivos efectos de la negación de aquellos derechos inalienables en nombre de la religión, la moral o la motivación que sea. Y, en la línea de la idea inicial, recurriendo a cualquier dato incompleto o exagerado, o a cualquier información que valga para justificarlo.

Volviendo a la política, no triunfa el mejor programa político ni la persona mejor valorada para desempeñar un cargo, sino que gana quien mejor sabe concentrar la frustración de ese instante social y económico. Da igual la forma en que lo haga. Poco importa el pasado y el presente, la hemeroteca y su trayectoria. De nada sirve el contexto o la perspectiva. Simplemente se responde de manera visceral y primigenia ante los estímulos que apelan a lo más básico del ser humano: el miedo y el instinto de supervivencia. Preferimos “castigar” que “temer”, y el voto se utiliza más como protesta que como herramienta democrática. 

¿Realmente esto es ganancia para alguien? Sí, puede ser que de manera momentánea. Pero, a la larga, esto es un juego peligroso. Sus reglas cada vez son más imprecisas y se modifican al antojo de las circunstancias y de las necesidades del poder. Y también, en el camino, se legitiman ideas y comportamientos que creíamos erradicados, pero que realmente solo estaban en las sombras. Está en nuestras manos enterrarlos otra vez. Está en nuestras manos poner luz sobre la larga sombra del odio y del miedo que se acerca peligrosamente. No podemos permitir que, una vez más, gane el bully.

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