He vuelto a ver "Heartstopper". Sí, es un vicio. Pero es que me remueve tantas cosas. Algunas muy bonitas y otras no tanto.
Esta vez mi atención se enfocó en los dos personajes más odiosos: Ben, el "no-novio" de Charlie; y Harry, el acosador por excelencia. Así, volví a sentir muchas cosas que llevaban décadas guardadas en mi interior y que, cómo no, necesitaba escribir para exorcizarlas.
El primer personaje vive en su propia contradicción de no asumir su sexualidad, pero no lo hace en silencio. Lo vive a través de la manipulación más vil y rastrera, poniendo su frustración en la vida de los demás y haciendo lo imposible por repartir su miseria personal.
Harry, en tanto, es el típico niño rico y mimado, que necesita sentirse superior para cubrir sus propias inseguridades y que, casi peor, cree que resulta muy gracioso atacar la vulnerabilidad de otras personas para reforzar su imagen. Que considera que no aceptar sus comentarios cargados de homofobia es falta de humor y de tomarse las cosas a pecho.
Esos personajes, podría poner mis manos al fuego, se repiten en las vivencias de muchas personas del colectivo. Lamentablemente hemos tenido que lidiar con estos arquetipos más de una vez, minando nuestra autoestima y robándonos muchas experiencias que deberíamos haber vivido, pero que por el miedo y las circunstancias nos fueron negadas.
Y mientras estoy escribiendo esto siento un profundo rechazo, quizás algo de odio, hacia todas esos Ben y Harry. Renacen unos profundos sentimientos de dolor, pena y rencor que, infantilmente, pensé que ya no existían. Escuchar ese tono de voz burlón y esa superioridad duele y escuece. Y tuve de los dos. Tristemente tuve que lidiar con ambos tipos.
Mi piel reconoce el malestar y el miedo. Y recuerda también la pena de sentir que no había nadie ahí para protegerme. No estaban muchos de mis compañeros y compañeras, ni profes ni otro personal educativo, porque hacían la vista gorda o, incluso, alentaban desde su posición de poder el acoso. Me fallaron muchas veces. Nos fallaron. Me hicieron sentir miserable y, peor aún, solo.
Pero este dolor no es por mí. De eso ya pasó mucho tiempo y, a pesar de que escuece todavía, ya está bastante sanado. Sino que duele por aquellas personas que todavía tienen que vivir en carne propia ese acoso, ese abandono, esa sensación de soledad. Nadie se merece el desprecio, la anulación y mucho menos no poder vivir las experiencias que cualquier adolescente necesita vivir: el amor, la amistad, la aventura, el descubrimiento personal y con los demás, la sexualidad en libertad y con seguridad. Nadie debería tener miedo de ser, de vivir. Sobre todo, nadie debería ser tan cobarde para acosar o para presenciar en silencio una situación de bullying.
Hay una frase de un profe que me parece fundamental: "No dejes que nadie te haga desaparecer, Charlie". Ojalá yo hubiera tenido a alguien que me dijera algo así. Porque que nos hagan desaparecer es algo muy doloroso y una herida muy profunda que tarda años en cerrarse.
Ese momento en que Charlie siente que arruina la vida de todas las personas a su alrededor, me rompe. ¿Podéis imaginar lo que es ese peso sobre los hombros de un adolescente? ¿Cuánto duele?
Nuestra responsabilidad como personas adultas hoy es erradicar que esos sentimientos se reproduzcan. Educar y aprender continuamente. Y no es una imposición de la diversidad, como hay algún idiota que predica en sus redes sociales, sino comprender que convivimos con muchas diversidades y que el amor, el respeto y la humanidad son valores mucho más importantes que la violencia y el acoso.
Podemos dedicar muchas horas de voluntariado o gastar mucho dinero en programas, pero la labor principal está en la sociedad y en su poder para no permitir que se sigan reproduciendo estas situaciones y pararlas en seco. ¿Necesitáis ayuda? Pedidla. ¿Os falta información? Os la podemos dar. Solo tenéis que preguntar. Ahora depende de vosotros y de vosotras.
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