En los últimos meses de confinamiento –obligado y voluntario, dentro de las posibilidades que el trabajo y las obligaciones permiten– me he dado cuenta de una cosa: no sé decir “te quiero”.
Creo que lo demuestro con gestos y detalles: me encanta cocinar especialmente para alguien, enviarle un mensaje cuando menos se lo espera, contarle que he soñado o que me he acordado por algo, comprarle algo que creo le puede gustar (aunque a veces me equivoque rotundamente), abrazarle, reírnos juntos, compartir un momento… ¡Hay muchas formas! También soy experto en decir “yo también”, pero casi siempre lo hago con cierto tono de adolescente abúlico. Casi siempre respondo a un te quiero sincero, aunque también tengo mucha habilidad para leer los que son falsos y poco sinceros.
Y, pese a esta reconocida experiencia, en estos meses descubrí que, a mis 44 años, soy incapaz de decir esas dos palabras en conjunto. De hecho, ahora mismo me es imposible recordar la última vez que le dije a mi marido “te amo”.
Después de muchas semanas de rumiar este asunto en mi cabeza, creo que esto no tiene que ver con que no lo sienta, sino porque me provoca una sensación de vergüenza.
¿Vergüenza? Aunque no estoy del todo seguro si es la emoción al cien por cien, creo que es la que más se acerca o la que mayor proporción tiene en lo que siento. Al menos es la conclusión a la que he llegado. Y desde entonces no hago más que pensar en la razón y no tengo la respuesta.
Crecí en un hogar lleno de amor y donde las demostraciones de cariño, incluso, podían llegar a ser excesivas para mucha gente. Por más que se diga que en España la gente es “sobona”, creo que en Chile lo éramos mucho más: los saludos y despedidas de beso, los largos abrazos entre amigos, la cercanía, el roce… Quizás es mucho menos vistoso que en Madrid (la realidad que más conozco ahora mismo) porque la vida se hace más “puertas para adentro” allá, pero la verdad es que recuerdo como mucho más físicas las demostraciones de cariño en mis años mozos.
Y ya que me doy el tiempo de echar la vista atrás, la verdad es que no tengo memoria de haber dicho nunca “te quiero” en esa época tampoco. Quizás lo he escrito muchas veces, pero mis labios no recuerdan verbalizarlo. Es un camino que parece haberse borrado con el tiempo.
Así que últimamente he estado dándole vueltas a la idea de por qué me cuesta decir “te quiero”. ¿Por qué no se lo digo a mis padres cada vez que hablamos, cuando la verdad es que me muero de ganas de verles y abrazarles, de meterme a su lado en la cama a ver una serie como hace años que no lo hacemos? ¿Por qué no se lo recuerdo cada día a mi marido, si cada vez que lo siento a mi lado me invade una sensación de amor y seguridad que nunca había sentido con nadie? ¿Por qué no se lo digo a mis hermanos, a mi familia y a mis amigos, con todo lo que les he extrañado en estos meses de pandemia?
No he conseguido encontrar la respuesta. De hecho, sigo sin llegar a ninguna conclusión. La razón más cómoda sería porque no es necesario repetirlo. Pero, a la vez, siento que son dos palabras tan poderosas que es absolutamente imprescindible decirlas. Realmente creo que no somos conscientes de lo que significa para una persona sentirse querida, pero de verdad. Durante todo ese tiempo en que me cuestionaba mi orientación sexual y tenía tantas dudas sobre miles de cosas, un te quiero sincero, sabiendo todo lo que me pasaba, me hubiera dado la vida. Pero tuve miedo de buscarlo… Ahora que pienso, y sin ánimo de dramatizar nada, igual puede venir del miedo que tenía a expresar mis sentimientos. No lo sé. Eso será material para cuando algún día me decida a hacer terapia y dejar de utilizar la técnica de barrer cosas bajo la alfombra para que no se vean, se sientan ni se padezcan.
En los últimos años, por mi trabajo o por mi voluntariado he leído y escuchado muchas otras historias en las que esa simple frase podría haber cambiado –o directamente cambió– el rumbo de las cosas. ¿Por qué no podemos verlo o, peor aún, por qué no queremos hacer nada al respecto? Sobre todo, ¿por qué no termino de entender la importancia que tiene?
Vivimos en un mundo en el que solemos dar todo por sentado, desconectándonos de nuestras emociones más básicas y dejando espacio para cosas mucho más amargas. Es más probable que hayamos dicho más palabras desagradables (estás gordo, estás flaco, no tienes buen color, te ves fatal, te hace falta un polvo, eres gilipollas, eres imbécil, eres patoso, eres tonto…) o hablado de tragedias y trivialidades en el último año que entonar un simple “te quiero”. Es así de triste y creo que es hora de cambiar esta dinámica antes de que sea demasiado tarde para arrepentirnos.
Así que si estás leyendo y has llegado hasta aquí, lo primero es que probablemente nos conozcamos. Lo más seguro es que seas mi mamá o mi papá (realmente no sé si alguien más lee estas divagaciones que escribo en mi blog). Pero lo que sí sé es que quiero que sepas que te quiero. Y aunque no lo diga, y seguramente me costará un tiempo aprender a verbalizarlo sin miedo o sin vergüenza, espero poder decírtelo a la cara o al oído muy pronto.
¡Ah, mi musa!
ResponderEliminarEn mi caso fue Mien quien me enseñó la importancia de decirle a alguien que la quieres ... y fue ella la primera persona en decírmelo. Ya sé que lo sabes, pero x si acaso:
¡Te quiero una jartá! ��
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