El privilegio suele permanecer invisible para quienes se benefician de ello. De ahí a que sea tan común el discurso entre muchos hombres-blancos-occidentales-heterosexuales de que tales cosas no son más que inventos de los grupos racializados, antes, y de las feministas radicales o de los colectivos LGTBIQ+ en el presente. A la vez, paradójicamente, es percibido como una pesada carga para quienes no viven esas ventajas (en muchos casos derechos fundamentales, como acceso a la educación o a una vivienda digna).
Para ponerlo más gráfico, recurro al ejemplo de Michael S. Kimmel, tal como recoge Wikipedia, quien describe el estado de tener un privilegio como 'correr con el viento a la espalda', siendo inconsciente del soporte y la propulsión invisibles del privilegio.
Y efectivamente son invisibles, porque quien los disfruta no se da cuenta –o prefiere no ser consciente– de sus privilegios. Y es allí, en la negación o en la inconsciencia, donde está la fuente de gran parte de la desigualdad.
Me ha tocado escuchar varias veces que la gente es pobre porque quiere o porque se conforma. El discurso exitista de que conseguirás todo lo que quieras si realmente te lo propones no solo es una fuente de constante frustración, sino que además ha venido a dificultar la visibilización de las desventajas como lo que son: desigualdad. A la vez, se ha dejado en manos de la víctima de esa desigualdad la responsabilidad que le correspondería a la sociedad y al poder político de reducirlas o, directamente, eliminarlas.
Uno de los mensajes habituales en la crisis de 2008 en España era que "la gente había vivido por encima de sus posibilidades". Sí, así fue. Pero no fue porque la sociedad como tal se levantara una mañana y decidiera hipotecar su vida, sino porque el sistema permitió que, de una manera ficticia y desregulada, se ofrecieran créditos que representaban el 120 o más por ciento de un inmueble para comprar la vivienda, amueblarla, adquirir un coche e irse de vacaciones. A mí me resultaba extraño, en mi época como teleoperador y con el salario que teníamos, que hubiera personas que cobraban lo mismo que yo y pudieran permitirse tener una casa y un auto, cuando a mí apenas me alcanzaba para llegar a final de mes...
Si lo pensamos bien, la responsabilidad es, como mínimo, compartida. Decir que la gente vivió por encima de sus posibilidades pone el foco en la víctima del engaño y no en el sistema que crea y fomenta el problema. Y pasa lo mismo con todas las desigualdades cuando se miran desde el prisma del privilegio.
¿Por qué hay personas pobres? Porque quieren serlo. ¿Por qué las mujeres tienen salarios inferiores? Porque son madres y abandonan sus carreras. ¿Por qué las personas trans, sobre todo las mujeres, acaban ejerciendo la prostitución? Porque les gusta... Argumentos como estos hay para todas las preguntas que nos podamos hacer. Pero ninguna respuesta realmente se pone a buscar en la raíz del problema.
La pobreza tiene como origen las guerras, las invasiones y el colonialismo, por mencionar algunos factores históricos, a la vez que se perpetúa por la falta equitativa en la distribución de los recursos y por un sistema económico que acentúa la desigualdad. Realmente no está en la voluntad de las personas pobres...
La brecha salarial, en tanto, se está reduciendo con medidas que apuntan a que tanto mujeres como hombres se involucren en los cuidados familiares, igualando los permisos de maternidad y paternidad, ofreciendo incentivos y ayudas, etc. Vamos por buen camino, pero todavía queda mucho de un sistema históricamente dominado por ellos, donde todavía hay una gran carencia de mujeres en puestos directivos.
En cuanto a las mujeres trans ejerciendo la prostitución, no es porque en su ADN lleven el trabajo sexual como actividad, sino por la falta de oportunidades que tienen en el mercado laboral y las actitudes transfóbicas que enfrentan en muchos entornos sociales y profesionales. Es cuestión de mirar los datos: alrededor del 80% de las personas trans en España están en situación de desempleo, y estoy absolutamente seguro de que no es porque quieran cobrar el paro o las ayudas.
Es tan absurdo pensar en que la gente se "conforma" con las ayudas o con los salarios mínimos. Nadie se conforma con lo que tiene,
sino que se aferra a lo que puede para tener una vida lo más digna para
sí y para su familia. Pero el privilegio parece ofrecer una tabla de salvación suficientemente cómoda y amplia para afirmar algo tan ruin y hacerlo sin darse cuenta de que el problema va mucho más allá de una cuestión de voluntad. El privilegio es la venda negacionista que sigue acentuando la desigualdad.
El mayor problema es que el privilegio no va a desaparecer mientras no seamos capaces de hacer un ejercicio de introspección como personas y como sociedad para darnos cuenta de ello. Lamentablemente, parece ser que resulta mucho más cómodo flotar en las ventajas que nadar conjuntamente para construir una sociedad más justa.
Evidentemente está en la naturaleza humana el instinto de supervivencia, pero lo que se ha instalado como una verdad absoluta, sin serlo, es que vivir debe conseguirse a costa de otras personas en vez de fomentar derechos tan fundamentales como el acceso universal a una vivienda, a una educación o a un trabajo dignos. Si es el sistema el que no puede sostener esa demanda y fomenta la exclusión de una parte de la sociedad para poder sobrevivir, quizás es que el problema no está en las personas, sino en lo que hemos construido. Y, estoy seguro, de que ha llegado el momento de hacer algo para cambiarlo.
Publicar un comentario