Nos toca despedir a una mujer que se quitó la vida presionada por un antiguo vídeo de contenido sexual, una situación que viene a darnos en la cara como un golpe de realidad. Nos toca ver, una vez más, como la acción sistemática del machismo ha empujado a una mujer a tomar una decisión que seguramente hace unas semanas ni siquiera se pasaba por su cabeza. Nos toca ver, otra vez, que el machismo mata.
“Los hombres no somos capaces de tener un vídeo así y no enseñarlo”, soltaba el torero Fran Rivera en un programa de televisión con total convencimiento. Pobrecitos los hombres cisheterosexuales que no pueden controlar sus impulsos de sentirse superiores, de cantar sus hazañas, de celebrar sus conquistas, de orinar a su alrededor para marcar el territorio ganado. Esa frase resume lo más enfermo de la sociedad machista: asumir que los hombres son hombres (boys will be boys) y que lo serán porque sí, dejando su voluntad a merced de un cóctel de hormonas y socialización que resultaría irreversible, y que es la premisa fundamental que sostiene e intenta justificar la cultura de la violación, esa que pretende reducir a los hombres a seres hipersexualizados, incontrolables y a merced de sus deseos en contraposición a las mujeres, entendidas como objetos siempre dispuestos para su plena satisfacción, independientemente de la voluntad de ellas. Pero esta es una premisa engañosa que no puede seguir calando en la sociedad.
Lo primero es que un ser humano, independientemente de quien sea o cómo quiera ser leído por la sociedad, debe aprender a respetar su intimidad y la de los demás. Eso se consigue con educación, de calidad, universal, gratuita y laica. Nada tiene que ver con la religión, sino con la ciudadanía y el respeto de los derechos humanos. Tiene que ver con nuestra humanidad y con nuestra convivencia social basada en el respeto y la confianza. Tiene que ver con comprender y asumir que somos iguales en derechos, y que nuestras diferencias no nos posicionan arriba o abajo, sino al lado el uno del otro.
Lo segundo, es dejar de transmitir conceptos caducos sobre la masculinidad y la inevitable condición del hombre que lo llevará a ser un animal desbocado, dominado por su falocentrismo, hambriento de sexo y de violencia, y sabiéndose superior a las mujeres en todos los ámbitos de la vida. Justificar un proceso sociocultural de educación en el machismo –favorecido por las instituciones, la escuela, la sociedad, la literatura, los medios y la clase política– teniendo como base cuestiones del azar y de la genética, es tan absurdo como culpar a la “ideología de género” del aumento de la violencia machista entre la juventud, como sostiene el Foro de la Familia. La violencia machista aumenta precisamente por la falta de herramientas de vida en común, de respeto a la diversidad, de falta de contenidos y educación en igualdad, todas esas cosas que los sectores conservadores han intentado evitar en los últimos 15 años.
Lo tercero es dejar de victimizar a las mujeres por su vida sexual y su deseo. Tal como decía Barbijaputa en eldiario.es, “El porno de venganza no se entiende en el sentido contrario porque lo único que consigues difundiendo un vídeo sexual de un hombre es darle más puntos a su carné de masculinidad. No tiene sentido vengarse de un hombre viralizando contenidos donde mantiene relaciones”. Ellas siguen siendo señaladas y criticadas por vivir su sexualidad y disfrutarla, mientras que ellos son celebrados por sus hazañas. ¿Hasta cuándo mantendremos el doble estándar? Ella ha sido acosada por sus compañeros, ha sido buscada en su centro de trabajo para ponerle cara como la protagonista del vídeo compartido y reproducido en los móviles de los trabajadores de la empresa. Ella, que se quitó la vida agobiada por esa persecución, ha sido expuesta en los medios hasta la saciedad, convirtiendo en realidad su peor pesadilla: el escarnio público y ser la comidilla de los pasillos, las tertulias y los cafés. La confirmación de todos sus temores y la causa que la ha llevado a decidir quitarse la vida. No hemos aprendido nada y tenemos poca sensibilidad como sociedad.
En cuarto lugar, tenemos que dejar de fomentar, permitir o callar este tipo de comportamientos. Es una responsabilidad social responder enfáticamente para erradicarlos. Si nos llega un vídeo de este tipo, no lo compartiremos; además, si tenemos una vía adecuada, lo denunciaremos. Por supuesto, no callaremos tampoco. No compartirlo es una buena acción, pero responder y hacer ver al remitente su error y lo incorrecto de sus acciones, es activismo. Y muy necesario. Por supuesto, trabajaremos en nuestro entorno para que estos hechos no lleguen a ocurrir. Por una parte, siendo responsables y conscientes de lo que publicamos y compartimos, como sociedad. Por otra parte, borraremos la pátina que marca la diferencia entre hombres y mujeres en la expresión libre de la sexualidad y del deseo. Y propiciaremos los avances en educación sexual, educación cívica, responsabilidad, respeto, amor e igualdad, evitando que se sigan propagando ideas erróneas en la sociedad.
En quinto lugar, y volviendo a la nada brillante intervención de Fran Rivera, hay que dejar de culpabilizar a las mujeres. El torero hizo un llamado a niñas, adolescentes o mujeres para que no enviaran contenido erótico-sexual a sus compañeros, porque ellos no podrían jamás evitar compartirlos en sus redes. ¿De quién es la culpa? Primero, debemos dejar de ver la sexualidad y los cuerpos como una moneda de cambio, como un elemento de extorsión. Hay que perder miedo al desnudo y a la carne, porque eso le quita poder al chantajista y al vengador. Por otro lado, es evidente que si envías una foto o un vídeo íntimo te expones a que este pueda ser compartido a modo de venganza, de triunfo o de gracia, sobre todo en una sociedad donde, como decíamos, falta una cultura del respeto a la intimidad y la privacidad de las personas. Pero el hecho de compartirlo no debería poner a nadie en peligro –ni a hombres ni a mujeres– de ver su imagen en la prensa, en las redes sociales o en algún lugar público por ese “descontrol” masculino. Estamos fallando como sociedad y en este caso en particular le hemos fallado a una mujer, a una más, una vez más. Y eso es inaceptable.
“Los hombres no somos capaces de tener un vídeo así y no enseñarlo”, soltaba el torero Fran Rivera en un programa de televisión con total convencimiento. Pobrecitos los hombres cisheterosexuales que no pueden controlar sus impulsos de sentirse superiores, de cantar sus hazañas, de celebrar sus conquistas, de orinar a su alrededor para marcar el territorio ganado. Esa frase resume lo más enfermo de la sociedad machista: asumir que los hombres son hombres (boys will be boys) y que lo serán porque sí, dejando su voluntad a merced de un cóctel de hormonas y socialización que resultaría irreversible, y que es la premisa fundamental que sostiene e intenta justificar la cultura de la violación, esa que pretende reducir a los hombres a seres hipersexualizados, incontrolables y a merced de sus deseos en contraposición a las mujeres, entendidas como objetos siempre dispuestos para su plena satisfacción, independientemente de la voluntad de ellas. Pero esta es una premisa engañosa que no puede seguir calando en la sociedad.
Lo primero es que un ser humano, independientemente de quien sea o cómo quiera ser leído por la sociedad, debe aprender a respetar su intimidad y la de los demás. Eso se consigue con educación, de calidad, universal, gratuita y laica. Nada tiene que ver con la religión, sino con la ciudadanía y el respeto de los derechos humanos. Tiene que ver con nuestra humanidad y con nuestra convivencia social basada en el respeto y la confianza. Tiene que ver con comprender y asumir que somos iguales en derechos, y que nuestras diferencias no nos posicionan arriba o abajo, sino al lado el uno del otro.
Lo segundo, es dejar de transmitir conceptos caducos sobre la masculinidad y la inevitable condición del hombre que lo llevará a ser un animal desbocado, dominado por su falocentrismo, hambriento de sexo y de violencia, y sabiéndose superior a las mujeres en todos los ámbitos de la vida. Justificar un proceso sociocultural de educación en el machismo –favorecido por las instituciones, la escuela, la sociedad, la literatura, los medios y la clase política– teniendo como base cuestiones del azar y de la genética, es tan absurdo como culpar a la “ideología de género” del aumento de la violencia machista entre la juventud, como sostiene el Foro de la Familia. La violencia machista aumenta precisamente por la falta de herramientas de vida en común, de respeto a la diversidad, de falta de contenidos y educación en igualdad, todas esas cosas que los sectores conservadores han intentado evitar en los últimos 15 años.
Lo tercero es dejar de victimizar a las mujeres por su vida sexual y su deseo. Tal como decía Barbijaputa en eldiario.es, “El porno de venganza no se entiende en el sentido contrario porque lo único que consigues difundiendo un vídeo sexual de un hombre es darle más puntos a su carné de masculinidad. No tiene sentido vengarse de un hombre viralizando contenidos donde mantiene relaciones”. Ellas siguen siendo señaladas y criticadas por vivir su sexualidad y disfrutarla, mientras que ellos son celebrados por sus hazañas. ¿Hasta cuándo mantendremos el doble estándar? Ella ha sido acosada por sus compañeros, ha sido buscada en su centro de trabajo para ponerle cara como la protagonista del vídeo compartido y reproducido en los móviles de los trabajadores de la empresa. Ella, que se quitó la vida agobiada por esa persecución, ha sido expuesta en los medios hasta la saciedad, convirtiendo en realidad su peor pesadilla: el escarnio público y ser la comidilla de los pasillos, las tertulias y los cafés. La confirmación de todos sus temores y la causa que la ha llevado a decidir quitarse la vida. No hemos aprendido nada y tenemos poca sensibilidad como sociedad.
En cuarto lugar, tenemos que dejar de fomentar, permitir o callar este tipo de comportamientos. Es una responsabilidad social responder enfáticamente para erradicarlos. Si nos llega un vídeo de este tipo, no lo compartiremos; además, si tenemos una vía adecuada, lo denunciaremos. Por supuesto, no callaremos tampoco. No compartirlo es una buena acción, pero responder y hacer ver al remitente su error y lo incorrecto de sus acciones, es activismo. Y muy necesario. Por supuesto, trabajaremos en nuestro entorno para que estos hechos no lleguen a ocurrir. Por una parte, siendo responsables y conscientes de lo que publicamos y compartimos, como sociedad. Por otra parte, borraremos la pátina que marca la diferencia entre hombres y mujeres en la expresión libre de la sexualidad y del deseo. Y propiciaremos los avances en educación sexual, educación cívica, responsabilidad, respeto, amor e igualdad, evitando que se sigan propagando ideas erróneas en la sociedad.
En quinto lugar, y volviendo a la nada brillante intervención de Fran Rivera, hay que dejar de culpabilizar a las mujeres. El torero hizo un llamado a niñas, adolescentes o mujeres para que no enviaran contenido erótico-sexual a sus compañeros, porque ellos no podrían jamás evitar compartirlos en sus redes. ¿De quién es la culpa? Primero, debemos dejar de ver la sexualidad y los cuerpos como una moneda de cambio, como un elemento de extorsión. Hay que perder miedo al desnudo y a la carne, porque eso le quita poder al chantajista y al vengador. Por otro lado, es evidente que si envías una foto o un vídeo íntimo te expones a que este pueda ser compartido a modo de venganza, de triunfo o de gracia, sobre todo en una sociedad donde, como decíamos, falta una cultura del respeto a la intimidad y la privacidad de las personas. Pero el hecho de compartirlo no debería poner a nadie en peligro –ni a hombres ni a mujeres– de ver su imagen en la prensa, en las redes sociales o en algún lugar público por ese “descontrol” masculino. Estamos fallando como sociedad y en este caso en particular le hemos fallado a una mujer, a una más, una vez más. Y eso es inaceptable.
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