(Cambié la foto porque Facebook me castigaba por el contenido de desnudos en la foto de Tunick que acompañaba originalmente este post)
¡Es una niña!
¡Es un niño!
La de veces que hemos visto, oído y enunciado alguna de ellas (o las dos). Y es que el mundo se ordena en pares contrapuestos. No lo digo yo, sino que es una de las tesis en las que se basa Jacques Derrida para deconstruir la filosofía occidental (aunque acabe por fallar en el intento). Recurro a un texto de Gustavo D. Perednik, donde lo explica muy bien: "La tesis de Derrida es que en todas las estructuras filosóficas,
políticas y éticas, se confiere poder arbitrariamente a ciertos centros,
que no son naturales sino construcciones sociales, ergo pueden ser
socavados por el análisis. Para él, todo el pensamiento occidental funciona así: se forman pares
de opuestos binarios en los que uno es el privilegiado; luego se
margina al otro componente. Marginado uno, el otro deviene en un centro,
que es el que provee el significado".
Así, alto y bajo, flaco y gordo, derecha e izquierda, lindo y feo, blanco y negro, hombre y mujer... La lista es infinita y, en realidad, casi toda nuestra sociedad se basa en una premisa constante relacionada con el género en una concepción binaria: hombre y mujer. Y así lo creemos de forma habitual y así lo practicamos. Cuando se anuncia un embarazo, lo primero que queremos saber es si será nene o nena. Al nacer, es lo primero que el personal médico proclama.
Parece inocente, pero es una construcción estrecha, poco precisa y que, a día de hoy, está generando importantes problemas sociales. Pero seguimos manteniendo ese marco sin ni siquiera plantearnos la posibilidad de cambiarlo. ¿Por qué? Seguramente dirán que porque siempre ha sido así. Y así mismo lo creía yo, hasta que mi marido me envió un artículo sobre la tribu de los navajos, uno de los pueblos originarios de América del Norte, en el que se explica esto en el marco del documental Two Spirits, que espero poder ver pronto.
Para ellos, según su tradición, hay 4 géneros: el primero, el femenino, porque su sociedad es eminentemente matriarcal (matrilineal, que le llaman); después, el masculino. Y aquí aparece la novedad: el tercer género o nádleehí, define a los que nacen biológicamente como hombres, pero se sienten y actúan como mujeres desde la infancia. Por último, el cuarto, se refiere a las que nacen como mujeres en su biología, pero se sienten y actúan como niños y como hombres.
Me quedé boquiabierto al descubrir que una tribu tan antigua, de tanta tradición, tiene una concepción de la vida mucho más abierta, más diversa, más acogedora que la nuestra, que siempre suponemos como la mejor. Y, quizás lo mejor, es que no presuponen que un niño será niño por el hecho de tener pene, ni las niñas serán niñas por el hecho de tener vagina. Separan, en cambio, el cuerpo del espíritu, lo que permite la existencia natural de esos cuatro géneros, sin estigmas, sin condena.
Su mensaje me parece necesario, además de bello y lleno de amor por las personas, por su sociedad, por su cultura. Creo que le dan más valor al espíritu que al cuerpo, al corazón que a la genitalidad, al amor que a todo lo demás.
Pero aquí está nuestra contradicción más grande: vivimos en una sociedad en la que el culto al cuerpo (perfecto) invade casi todos los espacios, con una hipersexualización descarada y encubierta a la vez en los medios de comunicación, pero en medio de una sociedad pacata que teme al cuerpo, a la intimidad, a la desnudez... El ridículo, que una mujer en un microbikini se luce en las playas, pero se tapa con pudor cuando utiliza un sujetador y unas bragas, cuando en realidad son la misma pieza. O un hombre en bañador que saca pecho al borde de la piscina, mientras jamás se le ocurriría posar en ropa interior.
Las redes sociales se han convertido hoy en espacios de expresión y explotación de esta contradicción. Si bien es cierto que las nuevas generaciones parecen menos obsesionadas por esos pudores, nosotros como sociedad nos encargamos de grabarlos a fuego en sus consciencias. Pensad en todas las fotos de famosas y famosos que circulan por Internet después de haber sido robadas de la nube, haciéndoles avergonzarse de su propio cuerpo desnudo, cuando no debería haber nada de malo en ello. Todavía es tema si alguien enseña las tetas o el culo en la pantalla. Y, por qué no recordar uno de los últimos casos polémicos, el de un humorista que colgó una foto durante el momento del baño con sus pequeñas y que prácticamente lo tildaron de pederasta y degenerado.
¿Desde cuándo la desnudez se ha convertido en algo tan negativo? Para empezar, todos nacemos desnudos y en algún momento del día también lo estamos. Nuestro cuerpo es nuestro templo, nuestro lugar de vida, nuestra fuente de energía, nuestra vía de comunicación con el mundo, nuestro centro de emociones y sentimientos... ¿Por qué le tememos? ¿Por qué lo demonizamos?
Con esto no quiero hacer una apología del naturalismo ni hacer un llamado a la desnudez absoluta en todos los espacios. Pero sí a la normalización del cuerpo, a la erradicación de la perfección, de la obsesión por el tamaño de nuestros miembros (de todos ellos) y la sana convivencia con tantos cuerpos como personas existan sobre la tierra. Así como la personalidad, el cuerpo es de cada uno y, distinto o similar, es único e irrepetible y así deberíamos aprender a disfrutarlos.
Afortunadamente ya conoci´a esta particularidad de Los navajo .Me sirvio´ como punto de partida para entender que la identidad sexual no es nada nuevo .Siempre han existido personas diferentes.
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