Desde que llegué a España, mi vida ha dado varios vuelcos. Cuando vivía en Chile, trabajé como ayudante y profesor en dos universidades, fui redactor jefe de una revista online y periodista en el gobierno regional. Tuve responsabilidad en el departamento de admisión en una universidad privada, edité una revista estudiantil y me recorrí varios colegios conociendo a futuros estudiantes de educación superior. Allí dejé un trabajo que tenía proyección en ese momento –pero que luego la realidad se encargó de esfumar– y decidí venirme a probar fortuna. Al llegar a Mallorca aprendí que lo seguro es tan efímero como la aventura. No puedo negar que al principio fue difícil: el trabajo no llegó nunca en Alcudia y me tuve que venir a Madrid a ver si la cosa mejoraba
Trabajé vendiendo tarjetas de crédito puerta a puerta durante pocos días. Entré al mundo del telemarketing, donde tuve una carrera bastante rápida: de coger llamadas a coordinador en un año. Me cambié de empresa y me convertí en formador. De ahí al mundo de la formación online en otra casa (curiosamente, en el edificio de al lado de mi empleo anterior), de donde salté a sustituir a la responsable de un departamento de e-learning durante su maternidad. Mi contrato venció justo cuando la crisis comenzaba a generar miedo, a finales de 2008. Me fui al paro, pero me llamaron a los pocos días para que volviera a trabajar como externo. Me hice autónomo y me convertí en técnico de formación, pero poco a poco volví a ejercer el periodismo.
Primero, como corrector de una revista de prevención de riesgos laborales. Al poco me estrené como redactor. De ahí, comencé a desarrollar y escribir un suplemento para un periódico educativo. Dos años después, era corrector de ese medio. Al poco tiempo empecé a hacer entrevistas, reportajes y columnas. Seguía en el ámbito de la formación como consultor externo, mientras iba haciendo cosas en ONG y en otras empresas en departamentos de comunicación. Y cumplí mi sueño de escribir para una revista de cine. Lo hice durante más de cinco años.
Comencé a colaborar con una agencia como community manager de sus clientes. Me llegó la oportunidad de dar unos cursos de marketing digital y me aventuré. Conocí a Mabel Lozano, directora de documentales, y fue un flechazo. Desde entonces llevo trabajando con ella en la comunicación digital y desarrollo de sus proyectos.
Poco a poco la formación fue desapareciendo, mientras asumía nuevos retos: ser redactor jefe de una revista educativa y responsable de comunicación de una ONG. Aparecían clientes en España y en Estados Unidos. Las cosas iban relativamente bien. En tanto, había escrito ya tres libros de cocina, uno publicado y dos que buscaban casa editorial, hasta que lo conseguí. En el camino, perdí a todos mis clientes en 2017. Pero hice un primer proyecto de vídeo con El País que me abriría las puertas para más cosas en el futuro.
2018 pintaba oscuro: dos libros a la venta, pero sin trabajo fijo. Eso me dio la oportunidad de acudir a varios eventos a los que nunca podía ir por falta de tiempo. Conocí a Marta Fernández en persona y comenzó a rodar una bola de nieve que se transformó en un vídeo por el Día de la Visibilidad Lésbica. Me fui a Barcelona a firmar libros en Sant Jordi. Al regreso tenía una entrevista para un departamento de comunicación. Me dieron el sí según esperaba al ascensor para volver a casa después de hacerla. Estrenamos el vídeo dos días después y fue un éxito: más de 600.000 reproducciones en redes combinadas y un premio en Francia. Ocupó la portada de El País digital durante todo un día.
En este último año, otro proyecto con El País, “Querido yo”, marcó un hito en el alcance de la ONG de la que soy voluntario. Trabajé para otra organización del tercer sector en Comunicación, para una de mis antiguas empresas de telemarketing en un proyecto de redes sociales y en la corrección de un libro, que se suma a las más de 10 que ya he hecho.
Desde esa entrevista que salió bien, trabajo como externo para un sindicato en el área de comunicación. Ahora, desde dentro, por otra sustitución de maternidad, ejerzo como periodista por unos meses. El trabajo es desafiante e intenso, pero me llena de vida y me reafirma la sensación de que no podría jamás haber estudiado otra cosa.
Entremedio empecé a aprender a escribir un guion. Me estoy planteando seguir por ese camino, porque lo mío es contar historias, de cualquier manera. Escribí un libro que es el resultado de la suma de parte de mi experiencia: Atención al cliente en redes sociales. En el horizonte futuro, un proyecto grande y fascinante, y, quizás, mi primer cortometraje.
Si tiro el hilo de mi historia, la gran mayoría de cosas que he hecho tienen relación directa o indirecta con la comunicación. Más de 15 años más tarde, y después de haberme reinventado más veces que Madonna, puedo afirmar con total convicción que no hay nada seguro. Que los trabajos para toda la vida ya no existen, y que me resulta mucho más interesante el desafío constante y el aprendizaje permanente.
Reconozco que la falta de estabilidad económica –de un ingreso constante más bien– a veces molesta, pero siento con absoluta certeza que si me hubiera quedado en lo seguro, mi historia hubiera sido totalmente diferente y no habría cumplido todos los sueños que he conseguido hasta ahora. Y la necesidad es un buen motor para seguir creciendo. Se vienen cosas buenas y nuevas, que es lo que al final me da la vida.
Trabajé vendiendo tarjetas de crédito puerta a puerta durante pocos días. Entré al mundo del telemarketing, donde tuve una carrera bastante rápida: de coger llamadas a coordinador en un año. Me cambié de empresa y me convertí en formador. De ahí al mundo de la formación online en otra casa (curiosamente, en el edificio de al lado de mi empleo anterior), de donde salté a sustituir a la responsable de un departamento de e-learning durante su maternidad. Mi contrato venció justo cuando la crisis comenzaba a generar miedo, a finales de 2008. Me fui al paro, pero me llamaron a los pocos días para que volviera a trabajar como externo. Me hice autónomo y me convertí en técnico de formación, pero poco a poco volví a ejercer el periodismo.
Primero, como corrector de una revista de prevención de riesgos laborales. Al poco me estrené como redactor. De ahí, comencé a desarrollar y escribir un suplemento para un periódico educativo. Dos años después, era corrector de ese medio. Al poco tiempo empecé a hacer entrevistas, reportajes y columnas. Seguía en el ámbito de la formación como consultor externo, mientras iba haciendo cosas en ONG y en otras empresas en departamentos de comunicación. Y cumplí mi sueño de escribir para una revista de cine. Lo hice durante más de cinco años.
Comencé a colaborar con una agencia como community manager de sus clientes. Me llegó la oportunidad de dar unos cursos de marketing digital y me aventuré. Conocí a Mabel Lozano, directora de documentales, y fue un flechazo. Desde entonces llevo trabajando con ella en la comunicación digital y desarrollo de sus proyectos.
Poco a poco la formación fue desapareciendo, mientras asumía nuevos retos: ser redactor jefe de una revista educativa y responsable de comunicación de una ONG. Aparecían clientes en España y en Estados Unidos. Las cosas iban relativamente bien. En tanto, había escrito ya tres libros de cocina, uno publicado y dos que buscaban casa editorial, hasta que lo conseguí. En el camino, perdí a todos mis clientes en 2017. Pero hice un primer proyecto de vídeo con El País que me abriría las puertas para más cosas en el futuro.
2018 pintaba oscuro: dos libros a la venta, pero sin trabajo fijo. Eso me dio la oportunidad de acudir a varios eventos a los que nunca podía ir por falta de tiempo. Conocí a Marta Fernández en persona y comenzó a rodar una bola de nieve que se transformó en un vídeo por el Día de la Visibilidad Lésbica. Me fui a Barcelona a firmar libros en Sant Jordi. Al regreso tenía una entrevista para un departamento de comunicación. Me dieron el sí según esperaba al ascensor para volver a casa después de hacerla. Estrenamos el vídeo dos días después y fue un éxito: más de 600.000 reproducciones en redes combinadas y un premio en Francia. Ocupó la portada de El País digital durante todo un día.
En este último año, otro proyecto con El País, “Querido yo”, marcó un hito en el alcance de la ONG de la que soy voluntario. Trabajé para otra organización del tercer sector en Comunicación, para una de mis antiguas empresas de telemarketing en un proyecto de redes sociales y en la corrección de un libro, que se suma a las más de 10 que ya he hecho.
Desde esa entrevista que salió bien, trabajo como externo para un sindicato en el área de comunicación. Ahora, desde dentro, por otra sustitución de maternidad, ejerzo como periodista por unos meses. El trabajo es desafiante e intenso, pero me llena de vida y me reafirma la sensación de que no podría jamás haber estudiado otra cosa.
Entremedio empecé a aprender a escribir un guion. Me estoy planteando seguir por ese camino, porque lo mío es contar historias, de cualquier manera. Escribí un libro que es el resultado de la suma de parte de mi experiencia: Atención al cliente en redes sociales. En el horizonte futuro, un proyecto grande y fascinante, y, quizás, mi primer cortometraje.
Si tiro el hilo de mi historia, la gran mayoría de cosas que he hecho tienen relación directa o indirecta con la comunicación. Más de 15 años más tarde, y después de haberme reinventado más veces que Madonna, puedo afirmar con total convicción que no hay nada seguro. Que los trabajos para toda la vida ya no existen, y que me resulta mucho más interesante el desafío constante y el aprendizaje permanente.
Reconozco que la falta de estabilidad económica –de un ingreso constante más bien– a veces molesta, pero siento con absoluta certeza que si me hubiera quedado en lo seguro, mi historia hubiera sido totalmente diferente y no habría cumplido todos los sueños que he conseguido hasta ahora. Y la necesidad es un buen motor para seguir creciendo. Se vienen cosas buenas y nuevas, que es lo que al final me da la vida.
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