Resulta muy liberador poder hablar de mis sentimientos sin pensar en que quedaré en evidencia. Me tomó muchos años poder hacerlo y creo que estoy en todo mi derecho de poder compartir el amor que siento por mi marido con mi familia y mis amigos. Salir del armario fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.
Pero el proceso no ha sido fácil. Primero, fue complicado para mí entender lo que me pasaba y lo que sentía. En realidad, lo tenía claro, pero entraba en conflicto con todo lo que el proceso de socialización en el colegio, en casa y en mi ciudad me había enseñado: los hombres no se enamoran de hombres; y, si lo hacen, deben permanecer en silencio, aislados, solos para no caer en la tentación ni en el pecado.
Segundo, hablarlo con mi familia y mis amigos fue un paso, si bien magnífico en el resultado, muy duro y agobiante. Eso sí, volvería a pasar por ese proceso una y mil veces... todas las que hicieran falta para poder estar en paz conmigo mismo y con los demás.
Tercero, después de años de esconder mis sentimientos o, incluso peor, de anularlos por completo, me di la oportunidad de enamorarme. ¡Mi adolescencia llegó tarde! Hasta pasados los 25 años no había tenido ninguna relación amorosa ni le había dado un beso apasionado a nadie. ¡Un cuarto de siglo perdido! Toda esa etapa de la adolescencia, de los roces, de los besos, de las miradas, me fue negada por un entorno hostil, represivo y conservador. Ser homosexual en Talca en aquellos años no era algo deseable para nadie.
Este último punto es uno de los que recuerdo con más tristeza: a la soledad de sentir y sentirme diferente, se sumaba la imposibilidad de disfrutar una etapa inolvidable de los años del cole. Mi mundo interior se cerraba cada vez más y el muro que construí a mi alrededor para protegerme me costó mucho derribarlo. No compartía cosas con mis padres, no tenía a nadie con quien pudiera hablar de lo que me estaba pasando...
Pero ahora, a mis 40, vuelvo con el corazón contento de Chile. Una de las cosas que más me impresionó durante el viaje fue la actitud de mi madre. Hace 10 años, y ella lo sabe, jamás hubiera presentado a mi marido como tal. Esta vez, a quien tuvo la oportunidad, les dijo: este es mi hijo Tomás y su marido. ¡Sorprendente cambio! Lo que más me fascina de todo es que ha sido un proceso que ha hecho ella sola simplemente desde el amor. Y yo se lo agradezco en el alma. Me hace bien saber que ella lo siente así y que es capaz de verbalizarlo... no sé todavía si con orgullo o simple aceptación. Pero lo hace y a mí me alegra la vida.
Después de tanto tiempo escondido, poder compartir con ellos mi vida, mi felicidad, mi matrimonio..., y también poder hacerlo con otras personas ajenas a mi familia, es algo muy importante para mí. Y no pienso en el juicio que haga cada uno al escucharme, sino que, egoístamente, solo pienso en la maravillosa posibilidad de hablar de mi relación con total naturalidad, sin miedo, sin ansiedad, sin complejo, como debe ser siempre.
Tomás no se es madre con condiciones. Se es de una vez y para siempre. Cada uno encuentra la felicidad a su manera y todas son valiosas. Uds. se quieren mucho, se cuidan y nos quieren a nosotros.
ResponderEliminarY todos formamos una sola y gran familia.
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