Cuando decidimos casarnos, lo hicimos sobre todo por cuestiones prácticas: la formalización civil de nuestra unión nos iba a dejar protegidos en una serie de cuestiones que ya comenté en el post 6 razones por las que me caso, y que se resumen en temas de protección en caso de que al otro le pase algo y de acceso a decisiones médicas que sean de relevancia, sin que nadie más pueda mediar en el proceso.
Evidentemente también había un componente romántico, pero después de una convivencia de 11 años, es poco lo que un papel podría cambiar nuestra vida. Para nosotros, en realidad, ya estamos casados hace mucho tiempo. Este paso que damos es una mera formalidad, pero eso no le resta ni un mínimo de ilusión.
Pero esta mañana me he dado cuenta de otra cosa: me hace inmensamente feliz casarme, más de lo que pensé cuando empezamos todo el proceso. Y la razón es muy simple: es una vuelta de tuerca a un destino que en mi adolescencia parecía imposible, cuando todo el proceso idealizado del amor, el sexo y la pasión comenzaban a bullir en mi cabeza y en mis hormonas.
Siempre pensé que iba a estar solo y que no podría ser feliz con nadie. Que sería el tío solterón, el que va a todas partes sin compañía, el que nunca "hizo su vida" por comodidad, por maña o por lo que sea. Idealicé potenciales matrimonios heterosexuales ("normales" como les llamaba en mi cabeza), pero de forma recurrente llegaba a la misma conclusión: sería incapaz de ser feliz. A pesar de esa idea de soledad futura, tenía la esperanza de que mi vida fuera distinta. Y por suerte lo fue...
Ahora que me caso me doy cuenta de que, a pesar de las (pocas) dificultades y momentos tristes, estoy con la persona que amo, puedo vivir con él y seguir planeando una vida juntos. Lo conocí por casualidad y me enamoré de la misma manera. Y, a pesar de que la sociedad (la chilena sobre todo) es reticente a la idea de que dos hombres hagan su vida como una pareja formal con todos los derechos y deberes que eso implica, me siento absolutamente privilegiado por poder hacerlo con quien yo elegí y que, da la casualidad, también me eligió a mí.
Es para mí un logro y una alegría. Más cuando mi familia ha estado apoyándonos y queriéndonos desde que lo supieron. Justamente ayer, a raíz de otra pregunta, me volvieron a brindar todo su amor y buenos deseos para ese momento. "Veo que ustedes son felices y eso es muy bueno para nosotros", me dijo mi madre. Y mi padre escribió que "la decisión que ustedes asumieron de casarse es una decisión consensuada y personal de ambos. Y tienen todo el derecho a hacerlo".
¡Cómo no me voy a sentir feliz! Después de tantos años de ocultarme, saber que ellos siempre han estado conmigo y que nos han acogido a ambos de forma tan natural, a pesar de todo lo que les costó procesarlo, es algo de lo que estaré eternamente agradecido. Sé que no ha sido fácil, pero a nosotros nos lo han hecho sentir muy fácil, muy amable, muy cómodo. Ellos y toda la familia, porque ha sido cuestión (y trabajo) de todos. Para vosotros va todo nuestro amor y agradecimiento.
aquí llorando estoy...encuentro hermoso todo lo que cuentas y ojalá comience y sea ya la realidad de muchos gays más en el mundo entero, porque amar es universal, no tiene color, raza, género y tú eres un fiel reflejo de aquello. un abrazo apretado
ResponderEliminarMuchas gracias, Lorena. Te mando también un abrazo y espero, al igual que tú, que esto sea una realidad más que una aspiración.
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