Carta a padres y madres que rechazan a sus hijos e hijas LGBT


Esta carta es una carta de dolor, del más profundo que usted le puede causar a un hijo o a una hija. La vida de una persona LGBT no es fácil, no al menos en aquellas sociedades donde todavía se cree que es una decisión racional el enamorarse de alguien de nuestro mismo sexo o que es una circunstancia a la que nos arrastra la vida; incluso peor, que es una enfermedad que se padece.

Se padece la homofobia, pero no la identidad sexual. La primera es la que usted genera en su hija o hijo y, por extensión, a toda la sociedad. Es la que condena, perpetúa los prejuicios y las concepciones erróneas; las generalizaciones que nacen del absurdo y del desconocimiento, esos que a usted seguramente le inculcaron con mucho ímpetu con una base en la religión y con otra en el miedo.

Sí, la LGBTfobia nace del miedo, del suyo, pero provoca mi miedo, el de su hijo y el de su hija. Provoca que haya sentido pánico a enamorarme, a que me haya dado pavor contarle a mi familia y a mis amigos que era homosexual. Me generó la necesidad de salir de mi país para poder vivir, poder amar, poder sentir deseo, ternura, sentirme querido y eliminar todas las barreras que una educación rígida, retrógrada y homófoba generó en mí. 

Su fobia es la culpable de cientos y miles de suicidios y lesiones, de ataques cobardes a personas que, por el simple hecho de manifestar públicamente su amor hacia otros o solo por ser diferentes del estándar social que otros han instaurado, son golpeadas, apedreadas, maltratadas, expulsadas, acosadas, despedidas, acusadas públicamente y condenadas a un ostracismo profundo.

Es usted quien está mal, ¡entiéndalo de una vez! 

Su hija o su hijo (gays, lesbianas, transexuales o bisexuales), seguirán siendo sus hijas e hijos, sin importar si a usted le gusta o no de quién se enamoren o con quién se acuesten o cómo se identifiquen. La verdad es que, lo primero, es algo que no debería importarle, porque usted no debería decidir lo que el corazón siente y consiente. Su papel como padre o como madre es el de acoger, acompañar, educar, cuidar y querer, al menos es el que la mayoría de las religiones y cultos promueve. Y ser LGBT no es incompatible con ninguna de sus labores, simplemente es un factor independiente de ellas que jamás debería cambiar su condición de madre o padre.

Me gustaría que sintiera por un momento el rechazo de su padre o de su madre. Me gustaría que fuera señalado y condenado por amar a quien ama. Me gustaría que se rieran de sus modos y de su forma de vestir, como si la diferencia fuera un pase libre para mofarse de alguien hasta hacerle llorar. Me gustaría que sintiera el miedo de besar, de cogerle la mano a alguien, de querer. Me gustaría que por un momento su vida estuviera dominada por la soledad, el temor y la impotencia. Me gustaría por una vez que se pusiera en la piel de él o de ella…

Piense que nadie en su sano juicio elegiría ser gay o lesbiana con gente como usted en la tierra. Simplemente por eso le aseguro que no es una decisión que alguien tomaría a la ligera. La homosexualidad, la bisexualidad o la transexualidad no se “provocan”, de la misma forma en que no se curan. Las terapias que circulan por ahí para “enderezar” a sus hijas e hijos, lo primero es que reducen los sentimientos a pulsiones y las personas, en ratas de laboratorio. Ser LGBT no se refiere únicamente al deseo sexual o la excitación, sino que es toda la dimensión de la personalidad de un ser humano, incluyendo los sentimientos. Y por eso no se puede reconducir o reparar sin alterar el resto. Además, estoy seguro de que no es más que otra vía para reprimir lo que usted no quiere ver, pero no plantea ninguna solución sana para la persona que recibe el tratamiento, es decir, su hija o su hijo.

¡Hágase ver usted su homofobia y déjenos a nosotros en paz! Nuestro amor no le hace daño a usted ni a la sociedad. No altera el orden cósmico ni genera lluvia ácida. No atenta contra su matrimonio ni contra las convicciones de nada. No pervierte a menores ni los llena de dudas. ¿Acaso alguna vez ha dudado usted de su heterosexualidad? No, y nadie lo hace por ver a personas del mismo sexo amarse, tener una familia o por formar un hogar.

Los niños y las niñas vienen sin prejuicios hasta que personas sin cordura los convierten en las futuras generaciones de homófobas y homófobos que seguirán condenando a quienes como su hija, su hijo o como yo, queremos distinto a usted. Bueno, queremos igual, solo que a alguien distinto. Y eso a usted debería importarle más bien poco.

Siéntese, piense y medite en lo que está haciendo. ¿Quiere alejar a su hija o a su hijo para siempre? ¿Quiere hacer de su vida un infierno? ¿Quiere coartarle la posibilidad de amar a quien quiera? ¿Quiere provocarle el mayor dolor o sufrimiento que un padre o una madre le pueden provocar? ¿Quiere empujarlos a medidas más drásticas como las lesiones o el suicidio? ¿Quiere condenarles al acoso en sus colegios, en sus trabajos y en su entorno social? Si responde que sí a alguna de estas preguntas, es usted una persona desalmada que, quizás, debería convertirse en el blanco del odio y la persecución. Si la perdemos o lo perdemos, la culpa no es de nadie más que suya...

Pero no le deseo mal, de verdad. Solo le deseo que tenga la capacidad de amar a su hijo o a su hija de la forma en que mis padres lo hacen conmigo. Después de tanto miedo, me enseñaron que su amor era infinito, que era algo hermoso, que era eterno y que nunca se regía por lo que les decían sino por lo que ellos sentían. Me enseñaron que la familia es el lugar en el que siempre podemos estar seguros. Y me enseñaron que siempre podría contar con ellos. Me abrieron los brazos y siguieron queriéndome como siempre, quizás todavía más, porque yo fui capaz de dejar que me quisieran todo, entero, sin cerrarles ninguna puerta.

Solo espero que usted sea capaz de eso y de mucho más. Levántese y abrace a su hija o a su hijo, y hágale saber que nada en el mundo es más importante para usted que su bienestar, su protección y su amor. Solo así podremos construir una sociedad más justa, más respetuosa y más consciente de que el amor se siente y se vive, pero no se elige. Más abierta, menos ignorante. Solo así usted no perderá el amor que como hijos podemos darle a nuestros padres. Solo así lograremos vivir sin miedo, sin el suyo y sin el nuestro.

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