"¡Nooooo! Para nada". La de veces que habré negado lo innegable...
La primera vez que me lo preguntaron directamente y sin ánimo de broma, fue en 2000, cuando vivía en Santiago de Chile. Fue en la puerta de nuestra sala de clase en la Universidad, sin nadie alrededor. Y lo negué, mientras el miedo me atenazaba el cuerpo y me revolvía el estómago.
En general, quienes lo sospechaban, se comportaron siempre de manera muy discreta, al menos de cara hacia mí, porque al parecer no era raro que surgiese el tema en las sobremesas o en ciertas reuniones sociales en las que yo no estaba cerca. En ese entonces, incluso todavía, era un tema al que recurrir cuando la vida de los demás resulta vacía o cuando no quieren exponer sus propios asuntos. En ese caso, hay que recurrir al recurso fácil: si fulanito es gay o si menganita es lesbiana o es puta (parece que no hay puntos intermedios en este último caso).
Y en estos últimos días, con la publicación de la carta que envié a mis padres, así como ocurrió también durante el proceso de salida del armario hace algunos años, resulta que "todo el mundo lo sabía, pero nadie quiso preguntar por respeto". Lo entiendo, es normal. Y lo agradezco. Si yo no quería hablar entonces de forma espontánea, menos lo iba a hacer de forma "obligada" ni ante una pregunta directa.
La segunda vez que me lo preguntaron directamente fue en Madrid, muchos años después. Al menos unos 5 años habían pasado desde aquella primera pregunta. Hasta entonces no había tenido que responder a la pregunta, porque era obvio o no era importante. Fue en el metro, con una amiga, que me preguntó directamente y yo lo negué abiertamente, sin mover un músculo. En ese momento me di cuenta de que tenía un problema...
No era mi homosexualidad el problema, sino el miedo que me paralizaba. ¿Miedo a qué?, me preguntaba muchas veces. Estaba al otro lado del mundo y aquí incluso ya era legal el matrimonio gay. Pero lo negaba, excusándome en que, como mi familia no lo sabía, por alguna extraña conexión astral o por la dichosa teoría de los 6 grados de separación, alguien se enteraría. Era absurdo, pero para mí tenía toda la lógica en ese entonces. Claramente, una lógica dominada por el miedo...
Al poco tiempo, empecé mi salida del armario más planificada. Poco a poco, fui contándoles a las personas que me parecía relevante que lo supieran, principalmente amigos y familiares en Chile y otros del trabajo en Madrid, porque aquí no tenía que esconderme, al menos no en mi círculo más cercano, porque ya me habían conocido como gay y no había nada que comentar.
No fue tarea fácil. Las primeras son muy difíciles, porque no sabes cómo plantear el tema, no sabes qué hacer, cómo ponerlo en palabras y, la gran mayoría de las veces, damos demasiadas vueltas para algo tan simple y natural.
Recuerdo una de las peores noches de mi vida, al menos durante un par de horas. Una amiga de Chile venía a Madrid y habíamos quedado para salir de marcha con mi "compañero de piso". Salimos, nos encontramos con unos amigos de mi pareja y yo solo recuerdo la tensión de mi cuerpo ante cualquier mínimo desliz que pudiese poner en evidencia mi homosexualidad. Pero obviamente se produjeron, porque para esos amigos no era tema: delante de mi amiga me preguntaron cuánto tiempo llevábamos juntos mi pareja y yo, mientras yo sentía el amargor de la hiel en mi garganta y el bar daba vueltas a mi alrededor. Al poco, mi amiga me rescató: me miró, me preguntó algo y me dijo: "Gordo, ya lo sé y estoy feliz". En ese momento, volví a respirar...
Momentos tensos tuve unos cuantos. Incluso aquel en el que supe que mis padres estaban leyendo la carta, a más de 10.000 kilómetros, unos cuantos años más tarde. Yo estaba terminando de cenar y un mensaje me puso en alerta: durante un par de horas no dejé de pasearme por casa, hiperventilando y fumando a partes iguales. Pero ya estaba, era lo último que me quedaba y, para mí, lo más importante. Simplemente ocurrió cuando tenía que ocurrir, cuando tanto mis padres como yo habíamos recorrido el suficiente camino para valorar lo realmente importante y para querernos como siempre, tal cual éramos, tal cual somos, tal cual seremos.
Ahora ya no tengo que negarlo más y quizás debería decirlo más, deberíamos decirlo más. Simplemente por el hecho de normalizar socialmente algo que es normal. Y tal como lo escribe claramente Jesús Encinar en su blog, "Para empezar, ser gay (incluyo también a las lesbianas) no es parte de mi vida privada, es mi vida. Soy gay cuando trabajo o voy de vacaciones. No dejo de ser gay cuando estoy con mi familia o cuando entro en una reunión. Mi visión del mundo, mi entendimiento de la realidad, mi comprensión de los demás, está inevitablemente teñida de todos los aspectos de mi identidad (varón, blanco, español, emprendedor, 40 años, etc.) y lógicamente, también, como gay. Nunca nadie me ha criticado por decir en mi perfil que soy de Ávila o que nací en 1970, ¿por qué se sorprenden entonces que diga que soy gay?".
esto es debido al acoso por preferencia sexual u homofobico que existe en nuestra sociedad hoy en dia .
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