La venus de las pieles | La gran belleza

Ayer tuve una estupenda tarde de cine en Madrid en los Cines Verdi, unos de mis favoritos: buena ubicación, una cartelera casi siempre interesante y una apuesta continua por ofrecer cosas interesantes.

Las películas del domingo fueron europeas: la última de Roman Polanski y la premiada de Paolo Sorrentino, actual candidata al Oscar a la Mejor Película Extranjera en nombre de Italia.

Polanski vuelve a apostar por el teatro en una puesta en escena minimalista, íntima, con dos únicos personajes como eje y motor de la acción. El resultado: una grata sorpresa. Debo reconocer que iba con cierto resquemor y que La Venus de las pieles no era mi primera opción cinematográfica para la jornada. Pero las cosas se dieron y me alegro de que haya sido así. Emmanuelle Seigner, pareja de Polanski en la vida real, está perfecta en el papel de la actriz aspirante al rol protagónico: a sus 48 años desborda sensualidad, fuerza y delicadeza a partes iguales. Siempre he dudado de su calidad, pero ayer pude ver que tiene más recursos de los que suele mostrar. Vanda le viene como anillo al dedo en este juego de máscaras, de roles, de fuerzas y de sueños, que a mi gusto tiene unas cuantas posibles lecturas, muchas más de las que el texto original parece poseer. No sé si es voluntad de Polanski o es que el resultado le ha quedado así...

Su contraparte es el director, malhumorado y frustrado, que interpreta Mathieu Amalric, quizás un alter ego del joven Polanski, que cae en las redes de la Vanda real y la de la obra, entrando también en ese pasillo de espejos que no sabemos bien adónde nos llevará hasta, literalmente, el último minuto del metraje. Entretenida, apasionante y muy interesante película que no debe confundirse con un film menor. Tiene tantas cosas por sacar que, a mi gusto, aguanta incluso varios pases antes de poder paladearla por completo.

 

La Gran Belleza


El cierre de la tarde de cine vino desde Italia, desde una Roma colorida, bella y sofisticada, tan vacía como impresionante. Paolo Sorrentino, autor de gran éxito en la península itálica y en otras latitudes, llena la pantalla con la historia de Jep Gambardella, un escritor culto, crítico, autor de una antigua novela de cierto éxito (aunque de dudosa calidad) que vive rodeado de un grupo de burgueses tan superficiales como tristes, en un tren de existencia donde prima la carcasa externa, pero que no acaba de encontrar su lugar, de saber qué busca, qué quiere, qué le hace feliz. A sus 65 años, recién descubre que el tiempo se le va de las manos y decide dedicarse a hacer lo que le gusta.

Sorrentino se toma el tiempo para llevar al espectador a su terreno, quizás uno de los pilares de su éxito de crítica y público, y no apura tomas ni transiciones para transmitir ese calmo desasosiego del protagonista en busca de inspiración, de sentido, de algo que le dé valor a su vida, más allá de lo exterior, del adorno. Si bien parece tenerlo todo, la vida le demuestra que todavía necesita algo para llenar ese hueco existencial en el que se encuentra, rodeado también de seres tan vacíos y cínicos como él, incapaces de enfrentarse a la realidad. Tanto es así que cuando lo hacen, se quiebran en tantos pedazos que es difícil volver a recomponerlos de la misma forma.

Toni Servillo está impecable como el periodista Gambardella, y está acompañado de un variopinto grupo de amigos y conocidos que representan otras aristas de la vida moderna romana, de esa clase pudiente que vive sin preocupaciones económicas, pero sin conseguir la supuesta felicidad que el dinero otorga. No obstante, las crisis y las tribulaciones de los personajes traspasan la barrera de lo socioeconómico y se adentran en lo más profundo del ser humano, manifestando problemáticas del individuo que nada tienen que ver con su billetera, sino más bien con la esencia misma de las personas en una sociedad dura, egoísta, superficial y hasta cruel.

Pero Sorrentino tampoco se queda en lo vulgar, en lo duro, en la masacre social y espiritual. El director llena la pantalla de imágenes, de poesía, de música y de arte, en un ejercicio cinematográfico de alto nivel, donde cada pasaje, cada juego de luces, cada rincón parece contar una historia, parece tener algo que decir, que aportar, que interpretar. Además, enmarca de forma perfecta cada línea, cada golpe de un texto que guarda auténticas joyas, diamantes que impactan y que duelen a la vez. Sin querer rendirme totalmente ante sus encantos y su éxito, La Gran Belleza es una de las mejores películas que han llegado de Italia en los últimos años: completa, bella, dura, triste y llena de matices, tantos como la misma Roma es capaz de ofrecer.

Nota: Al volver a casa, me entero de que encontraron muerto a Philip Seymour Hoffman, un gran actor que nos deja a los 46 años y con una, imagino, gran carrera por delante. Es lo que tiene el cine, nos alegra y nos entristece a la vez.

1/Post a Comment/Comments

  1. Anónimo20:23

    las tendré en cuenta en este momento tengo varias películas esperando mi tiempo para verlas.Una que veré nuevamente será El Cuarteto con la impecable actuación de Maggi Smith, que me encanta

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente