Me gusta la columna de Carmen Posadas en el "XL Semanal" de hoy. En ella, se refiere a la extendida enfermedad del "puericentrismo", por la cual los adultos giran alrededor de los pequeños sin ningún tipo de filtro, cuidado y cayendo en los más ridículos excesos.
Algo de esto he mencionado en post anteriores. La causa de todo es la culpa que sienten los padres al tener que trabajar en exceso y dedicar pocas horas a compartir con sus hijos. El problema es que creen que haciéndoles sentir el centro del mundo en un par de horas o en 20 minutos, compensan todas las carencias del resto del día.
A mí me parece muy bien que quieran aprovechar los pocos minutos disponibles con su familia, para algo la tienen. Pero no hay que excederse en las formas ni en las ideas que se transmiten de una generación a otra. Los niños tienen que seguir conociendo la existencia de límites, los espacios de cada uno, el respeto por los adultos, las normas de educación básicas y otras muchas cosas que parecen ser olvidades. No pueden ser los que hagan girar al mundo de los demás.
Recuerdo que alguien hace un tiempo me dijo: es que el poco tiempo que paso con ellos no me apetece llamarles la atención o decirles que no hagan algo. ¿Entonces, quién los cría? ¿El perro? ¿La televisión? ¿La guardería? No señoras y señores, no los cría nadie más que ustedes mismos. Y si no existe ese espacio para la educación "cívica", lo que tenemos a la larga son pequeños tiranos, posibles delincuentes y una generación absolutamente fallida.
Además, si al menor se le hace creer que es el centro del mundo, que gana en todos los juegos, que todo lo que dibuja es digno de un museo y otra serie de excesos cometidos por los padres culposos, cuando ese niño se enfrenta a la frustración de no ser "el mejor", "la más lista", "la más guapa", "el más ágil" o lo que sea, el golpe es mucho más duro. No se fortalece la autoestima de alguien con falsas lisonjas, sino con estímulos reales, con un compromiso de enseñar y de aprender a la vez, de reforzar los puntos fuertes y trabajar en las debilidades. Ese es el verdadero eje central de una crianza constructiva, basando todo eso en un amor infinito, pero no ciego ni estúpido.
El mundo real está a un paso y las burbujas en las que se educan los niños actuales son peligrosas (por la inseguridad en las calles, por las distancias, etc.). De vez en cuando hay que dejarlos que se caigan, que lloren, que padezcan, que sientan toda la amplia gama de emociones, para que cuando salgan por la puerta de casa por sus propios pies, cuenten con los medios y los recursos adecuados para enfrentarse a lo que se les vendrá encima. La advertencia está hecha y las lamentaciones posteriores no serán atendidas.
Algo de esto he mencionado en post anteriores. La causa de todo es la culpa que sienten los padres al tener que trabajar en exceso y dedicar pocas horas a compartir con sus hijos. El problema es que creen que haciéndoles sentir el centro del mundo en un par de horas o en 20 minutos, compensan todas las carencias del resto del día.
A mí me parece muy bien que quieran aprovechar los pocos minutos disponibles con su familia, para algo la tienen. Pero no hay que excederse en las formas ni en las ideas que se transmiten de una generación a otra. Los niños tienen que seguir conociendo la existencia de límites, los espacios de cada uno, el respeto por los adultos, las normas de educación básicas y otras muchas cosas que parecen ser olvidades. No pueden ser los que hagan girar al mundo de los demás.
Recuerdo que alguien hace un tiempo me dijo: es que el poco tiempo que paso con ellos no me apetece llamarles la atención o decirles que no hagan algo. ¿Entonces, quién los cría? ¿El perro? ¿La televisión? ¿La guardería? No señoras y señores, no los cría nadie más que ustedes mismos. Y si no existe ese espacio para la educación "cívica", lo que tenemos a la larga son pequeños tiranos, posibles delincuentes y una generación absolutamente fallida.
Además, si al menor se le hace creer que es el centro del mundo, que gana en todos los juegos, que todo lo que dibuja es digno de un museo y otra serie de excesos cometidos por los padres culposos, cuando ese niño se enfrenta a la frustración de no ser "el mejor", "la más lista", "la más guapa", "el más ágil" o lo que sea, el golpe es mucho más duro. No se fortalece la autoestima de alguien con falsas lisonjas, sino con estímulos reales, con un compromiso de enseñar y de aprender a la vez, de reforzar los puntos fuertes y trabajar en las debilidades. Ese es el verdadero eje central de una crianza constructiva, basando todo eso en un amor infinito, pero no ciego ni estúpido.
El mundo real está a un paso y las burbujas en las que se educan los niños actuales son peligrosas (por la inseguridad en las calles, por las distancias, etc.). De vez en cuando hay que dejarlos que se caigan, que lloren, que padezcan, que sientan toda la amplia gama de emociones, para que cuando salgan por la puerta de casa por sus propios pies, cuenten con los medios y los recursos adecuados para enfrentarse a lo que se les vendrá encima. La advertencia está hecha y las lamentaciones posteriores no serán atendidas.
Publicar un comentario