El sábado estuve viendo "Como agua para chocolate" en parte por placer, en parte por trabajo. Tenía que escribir sobre el hambre como tema central de la revista Versión Original para febrero de 2011 y, tal como mencioné en el artículo, mi primera reacción ante la sensación de hambre es la comida.
Disfruté nuevamente de la opulencia de los platos, de la cercanía entre cocina y erotismo, de magia y satisfacción. Laura Esquivel, la autora del libro, relató con gracia y éxito la mezcla de esos ingredientes.
Y es que la cocina es placer en estado puro. No sólo comerla, sino también prepararla. Cada paso, desde la compra de los ingredientes hasta su disfrute en el plato es un proceso, por qué no decirlo, casi mágico. Me gusta cocinar y me gusta comer. ¿Es eso pecado? No creo. El exceso, se dice, siempre es malo. Pero es tan fácil excederse en la mesa para luego llenarse de culpabilidad...
Como los días pasados tuve algunas malas experiencias culinarias (repostería que no resultó, platos que no salieron como quería), me veo obligado a resarcirme. Y no fueron malas por no disfrutar del proceso, sino porque todos tenemos malos días. Tenemos derecho a ellos.
No obatante, hay pocas cosas que me provoquen más frustación que el fracaso en la cocina. Por eso, como decía, tendré que probar nuevamente. No suelo darme por vencido, mucho menos, en mi faceta de cocinero. Así que a probar, a crear y a disfrutar del proceso de alquimia de los ingredientes que, por el momento, es mi única distracción en unos días de intenso trabajo frente al PC, casi sin salir de casa.
Nota: Agrego una viñeta de "Dosis diarias" muy relacionada con el tema de cocina, placer y culpa.
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