El espectáculo se comió al drama. La gran corrala que fue el campamento “Esperanza” ya está prácticamente desmantelado. Los focos estaban ayer en el hospital de Copiapó, donde se recuperan los treinta y tres de Atacama. Pero cuando se apaguen del todo, habrán pasado los cinco minutos de gloria convenidos.
Entonces ya nadie hablará de Carlos, el boliviano; Ojeda, el diabético; Victor, el que se prepara para contarlo en un libro; Yonny, el de las dos mujeres; Ávalos, el papá prematuro; Osman, el que la veía venir; Mario, el silicótico; Sepúlveda, el que optó entre Dios y el diablo, etc.
Mineros de usar y tirar, me temo. Tiempo al tiempo. Hasta que el mercado de exclusivas no dé más de sí. O hasta que alguno de los treinta y tres rompa la baraja. Pero entonces no habrá 1.700 periodistas de todo el mundo y mil millones de espectadores dispuestos a prestar la misma morbosa atención que cuando un puñado de hombres jugaban con la muerte a 600 metros bajo tierra.
No es lo mismo ocuparse de las condiciones de vida de los trabajadores chilenos en general y mineros en particular, que transmitir en directo la angustia programada con final feliz junto a la mina San José, en el desierto de Atacama, lugares ya famosos a escala planetaria.
Y para el presidente del país, Sebastián Piñera, un conocido tiburón de las finanzas, uno de los hombres más ricos del mundo, según los catálogos de la revista Forbes, (le atribuye una fortuna de 2.200 millones de dólares), tampoco es lo mismo repartir abrazos televisados junto a la cápsula de rescate que hacer las inversiones necesarias pero poco productivas para mejorar la seguridad en el tajo de los mineros chilenos.
En todo caso, menos costosas que la factura de un rescate que ha durado más de dos meses y ha necesitado de un ambicioso operativo tecnológico y humano. No todos lo ven así. Pónganse ustedes en el lugar de un inversionista de éxito que ahora se dedica a la política. Para su mentalidad, el pelotazo mediático del rescate de 33 mineros que “ha puesto a Chile en el corazón del mundo”, compensaría sobradamente el riesgo que corren los mineros chilenos por falta de seguridad en el trabajo.
Se entiende que la compensación incluye términos de rentabilidad económica. También política, por supuesto. Ni unos ni otros se hubieran producido si unas correctas medidas de seguridad hubieran hecho imposible el accidente y, de paso, el pelotazo político y mediático que el destino ha puesto en las manos de Chile.
Y en las de Piñera, claro, que ha caído en la tentación de todos los políticos, la demagogia, al declarar que “la riqueza de Chile no es el cobre sino los mineros”, a pesar de que siempre le preocupó más la cotización del cobre en los mercados internacionales que las condiciones de trabajo de los mineros.
Put.... el hue.....chueco e ignorante, Piñera asumió un gobiereno después de 20 años de Concertación con mas plata que pelos en la cabeza para haber hecho ellos todas estas reformas y haber mejorado las condiciones de los trabajadores, pero no les convenía porque chileno con buen sueldo y buen trabajo piensa y al pensar no lo elegiría ni en el último lugar de una lista. A ver si la vieja chica habría hecho algo fuera de llegar con delantal blando y estetoscopio al campamento. Y entre comisión y comisión habrían pasado 4 años y ahí si que no habrían encontrado nada vivo. Ahora que mire la situación en otros países peeores que nosotros y que se lave la boca antes de pelar a mi Presidente
ResponderEliminarMamá
Publicar un comentario