Generalmente dedico algunas entradas de este blog a muchos temas: los viajes, la familia, las noticias, música, vídeos y a pensamientos que se agolpan en mi mente. Si bien en muchos de ellos menciono a mis amigos, creo que nunca les he dedicado algo especialmente, cuando merecen, sin duda alguna, un espacio importante porque se han convertido en compañeros de este largo viaje.
Para mí siempre ha tenido un valor importante la amistad. Ser amigo es un trabajo a tiempo completo y multidisciplinar -al igual que el de los miembros de la familia-, pero sin ese componente de amor incondicional que se suele dar con quienes compartimos lazos sanguíneos. Una amistad se construye, se alimenta y se cuida, de la misma manera en que puede destruirse fácilmente.
La forma de mantener con vida la amistad es la confianza, el respeto, la sinceridad, el cariño y el humor, todos ellos elementos indispensables para que la relación sea bidireccional, sea rica y permita su permanencia en el tiempo. Con esos elementos se pueden enfrentar todas las situaciones. Las verdades que más duelen, las miradas más cómplices, las risas más grandes, las penas más profundas y las confidencias más oscuras. Un verdadero amigo comparte todas esas cosas y muchas otras.
Tengo la suerte de tener unos cuantos grandes amigos, muchos buenos amigos, suficientes amigos y personas que me rodean. No todo el mundo puede decirlo, pero yo cuento con ellos de la misma forma en que ellos cuentan conmigo. Están repartidos por el mundo, son muy distintos entre ellos, pero tienen una cosa en cómun: que todos forman parte de mi vida.
Dicen que amigos buenísimos son uno o dos. Por fortuna, los míos superan con creces esa cantidad y, a lo largo de mi viaje permanente, lo confirmo una y otra vez. Este tipo de amistad es atemporal, no conoce de distancias geográficas y no es necesario expresarla cada dos minutos a través de grandes homenajes, de abrazos infinitos y apretados, de manifestaciones de cariño innecesarias. Esos buenos amigos saben que lo son, lo asumen y permanecen. No necesitan nada más que el simple hecho de saber que estamos, que somos. Y esas son las amistades que realmente valen.
Para todos ellos y todas ellas, mi reconocimiento, mi admiración, mi respeto, mi cariño y la enorme satisfacción que tengo de contar con todos a lo largo de este camino.
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