“Soy bien hombre para mis cosas” y “Los niños no lloran… no seas niñita”
¿Qué es ser “bien hombre”? Podría llegar a elucubrar sobre
lo que significa ser “buen” hombre, pero “bien”, no lo consigo. Yo me siento
hombre, tengo cuerpo de hombre y cabeza de hombre. Tengo barba, pelo en el
cuerpo y casi nada en la cabeza. Tengo las manos grandes, espalda ancha,
piernas firmes y calzo un 45. Estoy pasado de peso, pero eso no me hace menos
hombre, aunque sí gordo. Mi voz es grave y puedo hacerla todavía más grave si
quiero. Quizás mi problema es que me gustan los hombres más o menos como yo,
que se sienten cómodos en su cuerpo y en su esencia. Pero eso no me hace menos
o más hombre. Simplemente me deja igual: siendo hombre. ¿O acaso si te gustan
las manzanas eres más o menos hombre? ¿Si no te gustan los gatos o las arañas,
también incide en tu identidad?
Pero vamos a que es ser “bien hombre”. El concepto de “macho”
asociado a esa idea es de un ser bruto, despreocupado, abusivo y violento, que
no repara en las pequeñas cosas –esas destinadas a la mujer, según algún manual
que nunca hemos leído, pero que se dan por entendidas y se transmiten desde
edades tempranas en casi todos los procesos de socialización–. El hombre no plancha,
no hace su cama, no juega con muñecas, no baila, no se ríe, no llora, no canta…,
una larga lista de noes que asustaría hasta al más valiente, cercenando de raíz
cualquier atisbo de humanidad en los “bien hombres” y dejándolos desprovistos
de la capacidad de expresar sentimientos más allá de la camaradería, la fuerza
bruta y la desidia por todo aquello que nos de machos.
Triste vida lo de ser “bien hombre” si de eso se trata.
Seres truncados hasta lo más profundo, con carencias para dar y recibir afecto,
con sueños frustrados e ideales trastocados que, seguro, y sin saber muy bien
por qué, transmitirán a las nuevas generaciones. Como si con ellos no hubiese
sido suficiente…
Los sentimientos son del ser humano, de todos nosotros. No
pertenecen únicamente a hombres o a mujeres, sino que son universales. Entrar
en cualquier clasificación es, inmediatamente, establecer un ranking de
emociones que resultaría tan arbitrario como erróneo.
“Deja de ___ como una niña” y “Aprende a ___ como hombre”
La base de estas dos ideas es que los hombres molan y las
mujeres no. Que los niños son lo más y las niñas, lo menos. Que ellos son más
listos, más fuertes, más atractivos, dominantes, líderes…, mientras ellas son
serviciales, dominadas, subordinadas.
Es cosa de mirar los juguetes (superhéroes para ellos y
princesas para ellas) o las temáticas que dominan los productos destinados a
cada uno, más allá del azul y el rosa: viajes al espacio, piratas y aventuras,
vaqueros y soldados para ellos; nubes, unicornios, tonos pastel, aseo y cocina
para ellas.
Ellos eruptan y se tiran pedos, pero ellas "no tienen espalda" ni huelen mal; ellos son brutos y ellas son suaves y delicadas; ellos tienen vigor y virilidad, son activos; ellas son pasivas y sumisas... Y esta estigmatización la transmitimos, inconscientemente o no,
generación tras generación, porque hay cosas que son de niños y otras que son
de niñas, según dicen. Incluso hasta en las carreras profesionales se produce
esta situación: ellos son ingenieros, ellas son maestras de Infantil. Raro resultaba ver hombres en el área de Humanista, aunque no éramos pocos; por supuesto, la mayoría de mis compañeros de colegio estaban en Ciencias y Matemáticas. Cuando mi hermano entró a la Universidad, la proporción de hombres en Ingeniería era superior al 90% o 95% respecto de una absoluta minoría de mujeres.
Con esa dinámica, ellos son
médicos y ellas, enfermeras. Ellos son pilotos y ellas, azafatas. Y aunque nos
choca cada vez menos que haya una “transgresión” en el ámbito laboral, todavía
hay muchos y muchas que se resisten a aceptarlo y automáticamente añaden la
coletilla: “seguro que es gay si es enfermero”; “Ella no será capaz de resistir
la violencia y la agresividad de una guerra”, etc.
Esa es la batalla de los sexos que hay que luchar: la de
acabar con la estupidez y comprender que la sociedad es de todos y que todos y
todas tenemos derechos a blandir espadas (o drones) o a bailar danza
contemporánea en mallas ajustadas si eso es lo que el cuerpo y el corazón nos
piden. Y ninguna de esas decisiones nos harán más o menos hombres, o más o
menos mujeres. Pero sí nos harán mejores personas mientras aprendamos a vivir
honestamente con nosotros y en respeto con los demás. Así es como se construye
una sociedad sana.
“Hijito de mamá”
Si bien creo que se oye cada vez menos, nunca he entendido
muy bien la idea de “hijito de mamá”. Pues claro. Me parece una obviedad que,
por supuesto, se ha cargado de machismo y de negatividad a partir de ideas
erróneas. Hijo de mi madre y de mi padre, a mucha honra. Dos personas íntegras
y amorosas, educadas y correctas, honestas como pocos. Todo lo demás que se
achaca a ser “hijito de mamá” puede ser producto de la timidez, de una madurez
temprana, de una falta de interés en las actividades “habituales” para un niño
de la edad que sea, etc. Pero nada que nos quite la cualidad de hombres o
mujeres, de niñas o de niños, de nosotros mismos.
La sociedad tiene mucho que avanzar todavía. Nos llenamos la
boca de igualdad, de tolerancia, de inclusividad y de tantas otras cosas; no
obstante, nuestros más básicos instintos nos llevan a repetir estos pervertidos
modelos de socialización que delimitan las actividades, las actitudes y las
acciones a partir del género, en una construcción machista y heteronormativa
que teme, rechaza y se niega a perder su posición dominante ante cualquier
diferencia que, sin pretenderlo, le haga sentir amenazada su preponderancia.
Hasta que eso no cambie, no hay que dejar de luchar, de educar, de sensibilizar
y, sobre todo, de intentar cambiar las cosas a través del comportamiento y,
sobre todo, del lenguaje que, como hemos visto, si bien resulta
absurdo si nos paramos a pensarlo, no tiene nada de inocente a la hora de
estigmatizar, de apartar y de provocar sufrimiento, generando distintas
polarizaciones en la estructura social que solo aportan situaciones de
violencia física y psicológica, presentes y futuras, además de desigualdades, incoherencias y mucha, mucha injusticia.
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