A Chile se le reconoce como un país moderno, avanzado y estable. Sí, dentro de lo que hay en el mundo, lo es. Pero también es un país pacato, arraigado en la tradición, con una sociedad altamente clasista y donde la brecha conómica mantiene también una brecha cultural y una polarización social, que lo acerca bastante a otros países del entorno donde el mantenimiento de la distancia entre ricos y pobres articula sus realidades.
En Chile todavía resulta normal que una persona de tu entorno familiar cercano diga "qué maricón es este huevón" (refiriéndose a mí, claro) que, aunque de la forma jocosa y con toda la buena intención que puede haber tenido el comentario para resultar "gracioso", no hace más que posicionar a la persona homosexual en una posición secundaria. Como si ser "maricón" fuese un insulto, un elemento a destacar, un "algo" que resta en mi composición como persona. Haciendo el ejercicio contrario, nadie diría "qué heterosexual" para referirse a otra persona, en ningún contexto. Antes que gays somos hombres, seres humanos, iguales en todo contexto.
En Chile también resulta adecuado menospreciar los avances conseguidos con el Acuerdo de Vida en Pareja, Pacto de Unión Civil o como se llame (el nombre, de todo corazón, es lo que menos me importa). Y cuando nosotros los homosexuales celebramos su aprobación y la posibilidad que nos abre en el reconocimiento civil de nuestros derechos para "casarnos" con nuestras parejas, viene una persona, a la que quieres y respetas, y te suelta: "pero eso no es matrimonio". Duele. Duele mucho ese desprecio, esa infravaloración del significado, esa falta de empatía con la celebración de un avance social para quienes, como yo, además hemos vivido escondidos durante tanto tiempo.
Pero también en Chile resulta de interés general señalar al gay, recordarle que es "poco hombre" (¿es eso posible?, ¿puede ser alguien poco "mujer", por ejemplo?) y gritárselo a la cara las veces que haga falta, como si eso tuviera un resultado mágico de transformación hacia la "normalidad". No, de verdad que no. El único efecto que tiene es la anulación de una persona, de su libertad y de su expresión, de su ánimo y de su vida. Sí, muchos de ellos han acabado quitándose la vida ante un acoso permanente y agresivo. Las heridas que provocan esas palabras no acaban con la homosexualidad, como tampoco lo hacen las terapias de conversión, el electroshock ni las torturas.
Incluso, no hasta hace mucho (y espero de verdad que no vuelva a ocurrir), había un grupo reducido de personas que pensaron que darle una paliza a un chico por el hecho de ser gay era lo adecuado, era un triunfo, una necesidad o lo que fuese. Y así fue como Daniel murió después de ser torturado y maltratado. La noticia causó conmoción y un fuerte sentimiento de rechazo, pero todavía sigue siendo un peligro latente. Muchos siguen viviendo escondidos no solo porque puedan ser objetivo de una agresión, sino porque la condena social y la homofobia están arraigadas profundamente en un país como Chile, donde resulta mucho más importante el "qué dirán" que el "ser". Eso no habla muy bien de la madurez social, democrática y cultural de un país que siempre ha mirado mucho más allá de sus fronteras buscando sus referentes, sobre todo hacia EEUU y Europa.
Falta camino por delante a pesar de los avances, y yo estoy dispuesto a caminar lo que haga falta, a luchar, a levantar la voz, a seguir escribiendo, a seguir provocando... No me gustaría pensar que las nuevas generaciones puedan sufrir lo mismo que nosotros, que puedan tener miedo, que puedan ser víctimas del acoso, del maltrato y de cualquier otra manifestación por el hecho de ser quienes son. No estoy dispuesto a aceptarlo.
Es así hijo, tal como tu lo escribes, todavía se piensa que los niños, solo deben hacer juegos y cosas de "hombre" y las niñitas ser Princesitas o alguna estupidez de esas que escuchas a menudo. Tanto los niños como las niñas tiene que ser personas de valer, con sentimientos propios y sobretodo respetar las diversidades. Siempre te digo que tu homosexualidad me enseñó a ser tolerante ,a cambiar mis blancos y negros por una hermosa paleta de colores y tu libertad nos ha hecho libres y felices a todos. Sigue luchando hijo como decía una Monja de mi colegio ( y uds, lo han escuchado mucho durante su vida) muchos pocos hacen grandes muchos.Lo peor es quedarse en un rincón.
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