¡Salga del armario!

No es la primera vez que me dirigen un piropo como este (que me dejaron en el artículo ¿Valiente o cobarde? publicado en Enehache.com): "escribes desde una posición sin resentimiento". Desde que empecé a inundar mi blog de temática homosexual (soy consciente de ello plenamente y lo hago con voluntad), una de las cosas que más llaman la atención de los lectores es la poca "mala baba", la ausencia total de sordidez, revanchismo o heridas abiertas en los posts sobre este asunto. Incluso alguien me llegó a preguntar que cómo era capaz de mantener una posición zen al respecto... Lo mejor es que, sin buscarlo, conseguí una paz con respecto a mí, a mi vida y a las personas que quiero, que no puedo hablar del tema sino desde una perspectiva constructiva, cálida, llena de experiencias de todo tipo, pero muy poco oscuras o retorcidas.

Hace pocos días me escribió alguien con la misma preocupación que yo arrastré durante muchos años: provenía de una familia tradicional, religiosa y conservadora, pero era gay. Convivía hace 4 años con su pareja y, aunque creía que sus padres sabían de qué iba su vida y su relación, nunca habían hablado del tema abiertamente y tenía miedo a perder contacto con ellos en caso de salir del armario. Una persona con una vida familiar muy rica, pero que ocultaba una parte de su vida para que no le apartaran de ese mundo que siempre había sido suyo. Estuvimos un rato chateando y me reconocí en sus palabras, en su angustia vital ante el posible rechazo (aunque ambos, en su momento, sabíamos que no era una posibilidad real, pero que no deja de ser un temor irracional con fundamento). Su miedo fue, alguna vez, mi miedo...

Es curioso como, pese a historias tan distintas, los sentimientos pueden ser tan parecidos. Y creo que es una cuestión muy común entre la comunidad LGTB que ha salido del armario en entornos más tradicionales, con una fuerte presencia de la religión y, sobre todo en países de Latinoamérica (o latinos en general), haber pasado por procesos bastante similares en cuanto a lidiar con la "culpa", el "pecado", el "infierno" y todas esas cosas que nos meten en la cabeza. Es duro tener que, además de "luchar" contra esa homosexualidad que nos aparta del estándar social que también nos graban a fuego en la piel y en la mente, tener que enfrentar todas esas construcciones sociales, culturales y religiosas con las que nos han educado. Todos esos juicios y prejuicios que nuestro entorno (escuela, familia, sociedad, etc.) nos transmiten, no nos lo ponen nada fácil...

Le aconsejé que ordenase sus pensamientos, sus palabras y que el momento de contarlo ya llegaría. Que el tiempo es cosa de cada uno y nadie debería ejercer presión en un momento tan personal, tan delicado. Vale que en mi caso mi hermano "presionó" positivamente y me aconsejó que lo hiciera, ofreciéndome toda su ayuda, pero la decisión final fue siempre mía. Lo mismo que hacer pública la carta que escribí y todo lo que he escrito en el blog desde entonces. La mía fue una decisión madura, consciente, meditada y de la que me hago responsable y de la que, en buena medida, me siento orgulloso, porque me ha liberado mucho y me ha permitido esa paz conmigo y con el mundo que me rodea.

Pero ojo, que no soy Buda ni tengo alma de santo mártir. No, para nada. No comulgo con la Pachamama, no beso árboles ni tengo revelaciones del nirvana. Es más simple. Soy hombre, soy gay, soy calvo y gordo. Tengo complejos, unos cuantos. Conozco mis limitaciones: soy incapaz (y no me interesa) entender nada del mundo de las matemáticas o de la física, y soy un fracaso intentando comprender un mapa; por el contrario, me gusta leer y escribir, me paso la vida conectado a Internet y amo la cocina, y creo que ninguna de ellas se me da del todo mal. Tampoco soy el novio o el marido perfecto, pero creo que la suma, al final, es positiva. Tengo mis días, como todo el mundo. Trabajo en cosas que me gustan y en otras que no tanto. Hay días en que soy productivo, creativo y eficaz, y otros días en que entro en modo automático y cubro expediente con lo mínimo. Soy humano, muy imperfecto y tengo el derecho a equivocarme, muchas veces, pero también a celebrar cada paso, cada logro y cada fracaso.

Después de convencerme durante años que jamás sería capaz de compartir intimidad con alguien, voy camino de los 11 años con mi novio y no hay nada que me guste más que estar a su lado. Y, con esas cosas claras (estas pocas entre muchas otras), he conseguido esa paz de la que hablaba. Llámele paz, llámele zen, llámele como quiera. A mí no me importa el nombre, porque es la maravillosa sensación de no tener que darle explicaciones a nadie, de no tener que esconderme y de poder ser quien soy con todos los derechos y consecuencias lo que me da la vida ahora mismo. Y eso es impagable. En mi caso tiene que ver con salir del armario y con quererme. En el caso de otros, tendrá que ver con otras cosas. Pero la sensación es muy recomendable. ¡Salga del armario! De cualquiera en el que se haya metido... Es mucho mejor decir las cosas que guardarlas, es más sano y es infinitamente más satisfactorio que comer mierda, propia y de los demás. Así, cuando cierro los ojos y con mis "cuentas" en balance, duermo mucho mejor. 

¡Duerma mejor, lo agradecerá!

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