El miedo acorta la visión, oculta lo importante y permite a los interesados marcar el ritmo de la sociedad, la política, la economía y la cultura...
¡Para!
El 21 de diciembre no tiene por qué acabar el mundo, nadie lo sabe y nadie puede asegurarlo. Son todas teorías conspiratorias sin más fundamento que las adivinaciones y la fe ciega en aquello que desconocemos.
¿No es más importante pensar en el valor de las personas, en la defensa de los derechos, en la ejecución de los deberes, en el respeto, en la amistad, en el amor?
¿Qué hace la gente cuando tiene miedo? Deja de pensar en lo importante y su visión se reduce a unas cuantas actitudes hedonistas basadas en la teoría del consumo: acumular para prevenir, disfrutar por disfrutar. ¿Para prevenir el qué? Si el mundo se acaba, las provisiones también. Si vienen tres días de oscuridad, es precisamente eso, oscuridad. No va a funcionar nada, por muy de emergencia que sea. ¿Disfrutar por disfrutar? Eso se hace sin miedo y sin complejos, cada día y en cada minuto si es que nos lo proponemos.
El mundo no es un plató de cine, aunque a veces lo parezca. El mundo es real y lo que ocurre en él nos afecta a todos, en mayor o menor medida. Pero el miedo nos distrae de aquello que nos afecta a todos y despierta las actitudes más egoístas y salvajes del ser humano: la supervivencia del más fuerte, del mejor preparado, del más puro, del más atlético, del más guapo... Lo curioso es que la vida nos ha enseñado ya muchas veces que incluso los más fuertes caen.
Si el mundo se acaba el viernes, no es decisión de la NASA ni de los mayas ni de los ovnis. Tampoco lo es de las corrientes filosóficas, las sectas o los credos. Y menos lo es de muchas interpretaciones arbitrarias. Si el mundo se acaba el viernes (¿por qué no el sábado, que el viernes me viene fatal?) lo importante es estar en paz con uno mismo y con los demás. Pero eso es algo que debería ser permanente y no de últimas voluntades. Las últimas voluntades son también producto del miedo más visceral, más que del verdadero arrepentimiento y pierden valor cuando no se hacen desde la profunda conciencia.
Basta ya de conspiraciones y miedos irracionales. Si hay que tenerle miedo a algo, decía mi madre, es a los vivos y no a los muertos. Y hago la extensión: no hay que tenerle miedo a lo desconocido sino a lo conocido, al presente: la corrupción, el deterioro del Estado de bienestar, el desgaste de la conciencia social mientras el individualismo y el egoísmo se posicionan como el bien más preciado.
Un 22% de gente viviendo en la pobreza y casi un 26% de paro no es algo aislado, nos afecta a todos. A todos, porque su efecto en el sistema que nos envuelve se hace insostenible. Pero no por culpa de los pobres o de los desempleados, sino de un sistema que no funciona y que no es capaz de hacer frente a ello. Pero en vez de buscar soluciones para todos, se buscan sacrificios humanos para la subsistencia de otros, metiéndonos en la cabeza que así debe ser y que eso es lo correcto. "Estamos haciendo lo que hay que hacer". Egoísmo e individualismo a manos llenas...
Lo que debemos hacer es buscar soluciones a futuro, que nos incluyan a todos. Si seguimos mirando para el lado por encima del hombro, la visión casposa de la sociedad no cambiará. La sociedad somos todos y no esos seres que se consideran más "sociales" (socialités, más bien). El bienestar de todos es el mejor beneficio al que podemos aspirar. Pero, si seguimos recortando el bienestar, el futuro –eso sí, sin mayas ni catástrofes por medio– es mucho más oscuro que tres días de tinieblas.
¡Para!
El 21 de diciembre no tiene por qué acabar el mundo, nadie lo sabe y nadie puede asegurarlo. Son todas teorías conspiratorias sin más fundamento que las adivinaciones y la fe ciega en aquello que desconocemos.
¿No es más importante pensar en el valor de las personas, en la defensa de los derechos, en la ejecución de los deberes, en el respeto, en la amistad, en el amor?
¿Qué hace la gente cuando tiene miedo? Deja de pensar en lo importante y su visión se reduce a unas cuantas actitudes hedonistas basadas en la teoría del consumo: acumular para prevenir, disfrutar por disfrutar. ¿Para prevenir el qué? Si el mundo se acaba, las provisiones también. Si vienen tres días de oscuridad, es precisamente eso, oscuridad. No va a funcionar nada, por muy de emergencia que sea. ¿Disfrutar por disfrutar? Eso se hace sin miedo y sin complejos, cada día y en cada minuto si es que nos lo proponemos.
El mundo no es un plató de cine, aunque a veces lo parezca. El mundo es real y lo que ocurre en él nos afecta a todos, en mayor o menor medida. Pero el miedo nos distrae de aquello que nos afecta a todos y despierta las actitudes más egoístas y salvajes del ser humano: la supervivencia del más fuerte, del mejor preparado, del más puro, del más atlético, del más guapo... Lo curioso es que la vida nos ha enseñado ya muchas veces que incluso los más fuertes caen.
Si el mundo se acaba el viernes, no es decisión de la NASA ni de los mayas ni de los ovnis. Tampoco lo es de las corrientes filosóficas, las sectas o los credos. Y menos lo es de muchas interpretaciones arbitrarias. Si el mundo se acaba el viernes (¿por qué no el sábado, que el viernes me viene fatal?) lo importante es estar en paz con uno mismo y con los demás. Pero eso es algo que debería ser permanente y no de últimas voluntades. Las últimas voluntades son también producto del miedo más visceral, más que del verdadero arrepentimiento y pierden valor cuando no se hacen desde la profunda conciencia.
Basta ya de conspiraciones y miedos irracionales. Si hay que tenerle miedo a algo, decía mi madre, es a los vivos y no a los muertos. Y hago la extensión: no hay que tenerle miedo a lo desconocido sino a lo conocido, al presente: la corrupción, el deterioro del Estado de bienestar, el desgaste de la conciencia social mientras el individualismo y el egoísmo se posicionan como el bien más preciado.
Un 22% de gente viviendo en la pobreza y casi un 26% de paro no es algo aislado, nos afecta a todos. A todos, porque su efecto en el sistema que nos envuelve se hace insostenible. Pero no por culpa de los pobres o de los desempleados, sino de un sistema que no funciona y que no es capaz de hacer frente a ello. Pero en vez de buscar soluciones para todos, se buscan sacrificios humanos para la subsistencia de otros, metiéndonos en la cabeza que así debe ser y que eso es lo correcto. "Estamos haciendo lo que hay que hacer". Egoísmo e individualismo a manos llenas...
Lo que debemos hacer es buscar soluciones a futuro, que nos incluyan a todos. Si seguimos mirando para el lado por encima del hombro, la visión casposa de la sociedad no cambiará. La sociedad somos todos y no esos seres que se consideran más "sociales" (socialités, más bien). El bienestar de todos es el mejor beneficio al que podemos aspirar. Pero, si seguimos recortando el bienestar, el futuro –eso sí, sin mayas ni catástrofes por medio– es mucho más oscuro que tres días de tinieblas.
Me encantó! un abrazo desde el día 22. :)
ResponderEliminar.../...
y todo parece indicar que no nos tocó ese 1/6 de décimo a repartir entre la torta del kings... ;)
ox c
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