Budapest es tres ciudades en una. No porque se me haya ocurrido a mí como recurso de estilo, sino porque es así: Óbuda, Buda y Pest conforman la actual capital de Hungría, una ciudad con una abismante cantidad de historia guardada entre sus piedras. Actualmente las tres se han convertido en barrios que conviven en perfecta armonía, que guardan notables diferencias.
Óbuda es, por decirlo de alguna manera, la hermana fea. Se llega fácilmente en el tranvía 17 desde la Margit Hid H. Es la parte más antigua de Buda (es lo que significa su nombre) y es un barrio más simple, residencial. Allí había algunas ruinas romanas –en los alrededores de Flórian Tér-, aunque vimos muy poco y resultaron ser escasamente llamativas. Y pendientes nos quedaron las del Anfiteatro para el próximo viaje. De todas formas, se puede disfrutar de un rato de tranquilidad en la plaza frente al ayuntamiento de Óbuda y disfrutar con las mujeres debajo del paraguas, unas esculturas de Imre Varga que se encuentran en uno de los extremos.
Buda, en cambio, es la niña bonita. Tranquila, comedida, sinuosa, interesante. Todo comienza con sus colinas y sus accesos: largas escaleras, un funicular desde el Puente de las Cadenas y algunos recorridos del transporte público. Las vistas de toda la ciudad, desde las alturas de Buda, son para quedarse sin aliento: desde el monumento a la libertad en la Citadella –única estatua representante de la época soviética que queda en la ciudad- se consigue una visión general de la capital, aunque desde el castillo y desde el Bastión de los Pescadores, se consiguen panorámicas inmejorables de Pest y del Danubio.
Y ya que hablamos de Pest, podríamos decir que es la hermana popular, la sensual, la díscola. Es el centro neurálgico de todo lo que ocurre entre uno y otro barrio: el Parlamento, la calle Andrassy, parques, la Ópera, los infinitos teatros y bares, restaurantes, tiendas, librerías, cafés, plazas, mercados y mercadillos, grandes edificios... Es donde bulle todo el ritmo de la ciudad y donde todo parece ir más rápido. Buda es un remanso de tranquilidad, Óbuda tiene movimiento; pero Pest, sin duda, es la que gana en vida, en panoramas y en variedad.
Globalmente, Budapest es una ciudad para disfrutar: es caminable y tiene un buen sistema de transporte público (cuando se aprende el truco de cómo funciona); es barata, al menos para el cambio monetario al euro, sobre todo, en comidas, bares y cocktails. El resto, quizás es un poco menor en precio al resto de ciudades europeas, aunque nada para volverse loco. Pero no sólo eso: tiene panoramas de muchos tipos (culturales, de compras, de copas, de restaurantes, de paseos, de parques, de museos) y con una amplia oferta en cada uno de ellos. Si bien han llegado un poco más tarde al reparto turístico, ha sabido ganarse bien un espacio entre los destinos apetecibles.
La gente, en general, es seca. Como decíamos nosotros, “muy soviética”: pocas sonrisas, palabras justas y una escasez de emociones en la cara. No obstante, había excepciones de amabilidad muy llamativas: la camarera del bar “Castrum”, cerca de Batthyány tér, era un encanto y nos conquistó en pocos segundos. Sitio muy recomendable, porque es pequeño, tranquilo y muy agradable para descansar después de una buena caminata por Buda.
Como dato para el turista, nos pareció una ciudad segura y tranquila, quizás demasiado tranquila en estas fechas. Pero, como en todas partes, hay que andar con cuidado y saber donde uno va. Por ejemplo, al bajar del avión y entrar en el aeropuerto, lo primero que nos encontramos es una serie de carteles que sugieren la preferencia por los taxis oficiales y no por los “ilegales”, para evitar problemas. ¿Pues qué hicimos? Coger uno ilegal, nada más poner un pie en la calle. Primer error que, menos mal, no implicó nada. El hombre fue muy amable, el servicio bueno, y el precio fue similar al del servicio normal, aunque dicen que si se piden los taxis "oficiales" con antelación, se consiguen buenos descuentos.
Para el idioma, se puede vivir con un inglés medio y con imaginación. El húngaro, la verdad, es que resulta bastante complicado para el turista. Las guías de viaje dicen que ellos agradecen los esfuerzos del visitante por decir algo en su idioma pero es mentira. Creo que a ellos les da más pudor y rápidamente cambian al inglés. Las pocas veces que agradecimos en la lengua de los magiares, apenas recibimos una respuesta. De entrada dirán que no hablan inglés, pero luego de un pequeño esfuerzo, todo se consigue y terminarán por crear una rara mezcla que permitirá el entendimiento.
Debo decir que me costó menos encontrarme en el mapa que en otras ciudades. Quizás será por la referencia del río o porque tiene una estructura bastante cuadriculada de sus calles, salvo algunas diagonales excepciones. También ayuda que estábamos en una de las arterias principales, cerca del Danubio y en camino directo a uno de los grandes puentes que unen Buda y Pest. Al menos, salvo algunas contadas pérdidas callejeras, en general era bastante fácil y comprensible mirar el callejero. Pero quien espere una clara señalización de monumentos, paradas de autobús, tiendas, supermercados o lo que haga falta, sufrirá una gran decepción.
Por lo demás, hay que reconocer que la belleza de Budapest la podemos encontrar de dos maneras: de forma evidente (por la grandeza de sus edificios, la amplitud de sus calles, la delicia de sus numerosos cafés, la monumentalidad histórica y política reflejada en cada rincón, la simpleza de un pueblo que ha sufrido…); y aquello que no se ve, pero se percibe: su tranquilidad, la paz que se puede encontrar en muchos rincones, las hermosas vistas del río (a pie de calle o desde las alturas), el magnetismo de sus patios interiores, y una constante vibración de una ciudad que es local y multicultural. Sin duda, un destino para no perderse.
Óbuda es, por decirlo de alguna manera, la hermana fea. Se llega fácilmente en el tranvía 17 desde la Margit Hid H. Es la parte más antigua de Buda (es lo que significa su nombre) y es un barrio más simple, residencial. Allí había algunas ruinas romanas –en los alrededores de Flórian Tér-, aunque vimos muy poco y resultaron ser escasamente llamativas. Y pendientes nos quedaron las del Anfiteatro para el próximo viaje. De todas formas, se puede disfrutar de un rato de tranquilidad en la plaza frente al ayuntamiento de Óbuda y disfrutar con las mujeres debajo del paraguas, unas esculturas de Imre Varga que se encuentran en uno de los extremos.
Buda, en cambio, es la niña bonita. Tranquila, comedida, sinuosa, interesante. Todo comienza con sus colinas y sus accesos: largas escaleras, un funicular desde el Puente de las Cadenas y algunos recorridos del transporte público. Las vistas de toda la ciudad, desde las alturas de Buda, son para quedarse sin aliento: desde el monumento a la libertad en la Citadella –única estatua representante de la época soviética que queda en la ciudad- se consigue una visión general de la capital, aunque desde el castillo y desde el Bastión de los Pescadores, se consiguen panorámicas inmejorables de Pest y del Danubio.
Y ya que hablamos de Pest, podríamos decir que es la hermana popular, la sensual, la díscola. Es el centro neurálgico de todo lo que ocurre entre uno y otro barrio: el Parlamento, la calle Andrassy, parques, la Ópera, los infinitos teatros y bares, restaurantes, tiendas, librerías, cafés, plazas, mercados y mercadillos, grandes edificios... Es donde bulle todo el ritmo de la ciudad y donde todo parece ir más rápido. Buda es un remanso de tranquilidad, Óbuda tiene movimiento; pero Pest, sin duda, es la que gana en vida, en panoramas y en variedad.
Globalmente, Budapest es una ciudad para disfrutar: es caminable y tiene un buen sistema de transporte público (cuando se aprende el truco de cómo funciona); es barata, al menos para el cambio monetario al euro, sobre todo, en comidas, bares y cocktails. El resto, quizás es un poco menor en precio al resto de ciudades europeas, aunque nada para volverse loco. Pero no sólo eso: tiene panoramas de muchos tipos (culturales, de compras, de copas, de restaurantes, de paseos, de parques, de museos) y con una amplia oferta en cada uno de ellos. Si bien han llegado un poco más tarde al reparto turístico, ha sabido ganarse bien un espacio entre los destinos apetecibles.
La gente, en general, es seca. Como decíamos nosotros, “muy soviética”: pocas sonrisas, palabras justas y una escasez de emociones en la cara. No obstante, había excepciones de amabilidad muy llamativas: la camarera del bar “Castrum”, cerca de Batthyány tér, era un encanto y nos conquistó en pocos segundos. Sitio muy recomendable, porque es pequeño, tranquilo y muy agradable para descansar después de una buena caminata por Buda.
Como dato para el turista, nos pareció una ciudad segura y tranquila, quizás demasiado tranquila en estas fechas. Pero, como en todas partes, hay que andar con cuidado y saber donde uno va. Por ejemplo, al bajar del avión y entrar en el aeropuerto, lo primero que nos encontramos es una serie de carteles que sugieren la preferencia por los taxis oficiales y no por los “ilegales”, para evitar problemas. ¿Pues qué hicimos? Coger uno ilegal, nada más poner un pie en la calle. Primer error que, menos mal, no implicó nada. El hombre fue muy amable, el servicio bueno, y el precio fue similar al del servicio normal, aunque dicen que si se piden los taxis "oficiales" con antelación, se consiguen buenos descuentos.
Para el idioma, se puede vivir con un inglés medio y con imaginación. El húngaro, la verdad, es que resulta bastante complicado para el turista. Las guías de viaje dicen que ellos agradecen los esfuerzos del visitante por decir algo en su idioma pero es mentira. Creo que a ellos les da más pudor y rápidamente cambian al inglés. Las pocas veces que agradecimos en la lengua de los magiares, apenas recibimos una respuesta. De entrada dirán que no hablan inglés, pero luego de un pequeño esfuerzo, todo se consigue y terminarán por crear una rara mezcla que permitirá el entendimiento.
Debo decir que me costó menos encontrarme en el mapa que en otras ciudades. Quizás será por la referencia del río o porque tiene una estructura bastante cuadriculada de sus calles, salvo algunas diagonales excepciones. También ayuda que estábamos en una de las arterias principales, cerca del Danubio y en camino directo a uno de los grandes puentes que unen Buda y Pest. Al menos, salvo algunas contadas pérdidas callejeras, en general era bastante fácil y comprensible mirar el callejero. Pero quien espere una clara señalización de monumentos, paradas de autobús, tiendas, supermercados o lo que haga falta, sufrirá una gran decepción.
Por lo demás, hay que reconocer que la belleza de Budapest la podemos encontrar de dos maneras: de forma evidente (por la grandeza de sus edificios, la amplitud de sus calles, la delicia de sus numerosos cafés, la monumentalidad histórica y política reflejada en cada rincón, la simpleza de un pueblo que ha sufrido…); y aquello que no se ve, pero se percibe: su tranquilidad, la paz que se puede encontrar en muchos rincones, las hermosas vistas del río (a pie de calle o desde las alturas), el magnetismo de sus patios interiores, y una constante vibración de una ciudad que es local y multicultural. Sin duda, un destino para no perderse.
Al fin, ese es mi niño, volviste a tus reseñas alegres, llenas de vida y claras.
ResponderEliminarGracias por el pase po Obuda, Buda y Pest, lo disfruté mucho, me encantó poder ver el río de cualquier lugar, (tengo fijación por las cosas de agua) y lo fácil que es la vida.
Ahora a buscar otros destinos
Mamá
Ese es mi niño. Al fin retomaste las vitácoras de viaje con alegría, tu humor etc. etc. etc.
ResponderEliminarMe gustó la reseña y como siempre Gracias. Me evitas el moverme de mi casa y la conocí Onuba, Buda y Pest.
Donde iremos ahora??????????
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