Hoy comienza la primavera y tuve una tarde muy agradable. Todo buen rollo, risas y pasarlo bien. Pero necesito mi dosis de acidez antes de meterme a la cama para poder dormir tranquilo y sereno, porque el dulce siempre sienta mal antes de conciliar el sueño. Uno de los mejores ejercicios para conseguir un cuerpo relajado es dejarse llevar por las más viles emociones, por los sentimientos más turbios...
No, no estoy apoyando ninguna iniciativa extrema. Simplemente, hay que permitirse actitudes como detestar y aborrecer; hay que ser, de vez en cuando, un poco antipáticos; sin duda, hay que reírse de uno mismo y también de los demás, en mayor medida (que siempre terminan dándonos argumentos para hacerlo, quieran o no). Y con esto no quiero sonar pedante ni pretencioso. De igual forma, todos tienen derecho a reírse de todos. Sólo hay que querer ejercerlo.
No quiero menos a una persona por reírme de ella. Es más, soy el primero en hacer bromas sobre mí mismo. Creo que es sano quitarle gravedad a lo que nos ocurre, tomar las cosas con una perspectiva que no sea de víctima doliente y ver que, después de todo, lo que nos pasa y que consideramos el fin del mundo, no es ni de cerca una mínima parte del sufrimiento ajeno.
No me parece correcto burlarse del dolor y la miseria de los demás, pero sí de las convenciones sociales, de lo políticamente correcto, de las palabras, las acciones, los estilos. El mundo está para mirarlo y comentarlo, en suma, para disfrutarlo. Y la gente también, como buenos actores de esta inmensa performance en la que vivimos continuamente, estamos expuestos ante todos los demás, con todo lo bueno y lo malo que eso significa.
Es cierto, tal como decía una querida amiga ayer por la noche, que cada uno es como es. Frase correcta donde las haya. Pero eso no quita que yo, como soy, pueda reírme o hablar sobre cómo es X, Y o Z. De base está la evidencia de que respeto su forma de vivir su propia vida (o, simplemente, es que no me va ni me viene); ahora, que no vaya a tener una opinión particular sobre ella es otra muy distinta. Y que me la calle es, todavía, otra cosa por completo diferente.
Tenemos que permitirnos la ironía, la sentencia y la crítica como parte de nuestra vida. No todo es siempre bueno, no todo es siembre bonito, no todo siempre es maravilloso. El sol no ilumina más en una casa que en otra (metafóricamente hablando, claro) ni mi existencia es más espectacular que los demás. Fallamos continuamente; somos débiles, imperfectos y torpes; nos caemos o tropezamos a diario, nos equivocamos más de lo que quisiéramos y nunca estamos del todo contentos. ¿Por qué, entonces, nos empeñamos en teñir todo de éxito?
Reitero una idea ya bastante amasada en este blog: la gente siempre feliz es sospechosa, porque no siempre tenemos días buenos, no siempre somos el alma de la fiesta o la alegría de la huerta. Tenemos un lado oscuro, tenemos penas y fragilidades. Asumirlas, aceptarlas y convivir con ellas es el acto más valiente y valioso que podemos ejecutar. Todo lo que intente disfrazar nuestra debilidad no es más que una vana intención de ser más que el otro y una muestra del poco afecto que, en el fondo, nos tenemos. Si no soy capaz de respetar mis propios sentimientos y aflicciones, ¿cómo puedo pedir que los demás me respeten?
Menos gravedad, menos tensión, menos falsedad y más de nosotros mismos, que para eso nos hicieron. Y, sobre todo, más reírse de uno y de los demás, que como ejercicio, físico y mental, viene siempre bien.
(Después de esto, me voy a dormir, que creo que estoy perdiendo el hilo...)
No, no estoy apoyando ninguna iniciativa extrema. Simplemente, hay que permitirse actitudes como detestar y aborrecer; hay que ser, de vez en cuando, un poco antipáticos; sin duda, hay que reírse de uno mismo y también de los demás, en mayor medida (que siempre terminan dándonos argumentos para hacerlo, quieran o no). Y con esto no quiero sonar pedante ni pretencioso. De igual forma, todos tienen derecho a reírse de todos. Sólo hay que querer ejercerlo.
No quiero menos a una persona por reírme de ella. Es más, soy el primero en hacer bromas sobre mí mismo. Creo que es sano quitarle gravedad a lo que nos ocurre, tomar las cosas con una perspectiva que no sea de víctima doliente y ver que, después de todo, lo que nos pasa y que consideramos el fin del mundo, no es ni de cerca una mínima parte del sufrimiento ajeno.
No me parece correcto burlarse del dolor y la miseria de los demás, pero sí de las convenciones sociales, de lo políticamente correcto, de las palabras, las acciones, los estilos. El mundo está para mirarlo y comentarlo, en suma, para disfrutarlo. Y la gente también, como buenos actores de esta inmensa performance en la que vivimos continuamente, estamos expuestos ante todos los demás, con todo lo bueno y lo malo que eso significa.
Es cierto, tal como decía una querida amiga ayer por la noche, que cada uno es como es. Frase correcta donde las haya. Pero eso no quita que yo, como soy, pueda reírme o hablar sobre cómo es X, Y o Z. De base está la evidencia de que respeto su forma de vivir su propia vida (o, simplemente, es que no me va ni me viene); ahora, que no vaya a tener una opinión particular sobre ella es otra muy distinta. Y que me la calle es, todavía, otra cosa por completo diferente.
Tenemos que permitirnos la ironía, la sentencia y la crítica como parte de nuestra vida. No todo es siempre bueno, no todo es siembre bonito, no todo siempre es maravilloso. El sol no ilumina más en una casa que en otra (metafóricamente hablando, claro) ni mi existencia es más espectacular que los demás. Fallamos continuamente; somos débiles, imperfectos y torpes; nos caemos o tropezamos a diario, nos equivocamos más de lo que quisiéramos y nunca estamos del todo contentos. ¿Por qué, entonces, nos empeñamos en teñir todo de éxito?
Reitero una idea ya bastante amasada en este blog: la gente siempre feliz es sospechosa, porque no siempre tenemos días buenos, no siempre somos el alma de la fiesta o la alegría de la huerta. Tenemos un lado oscuro, tenemos penas y fragilidades. Asumirlas, aceptarlas y convivir con ellas es el acto más valiente y valioso que podemos ejecutar. Todo lo que intente disfrazar nuestra debilidad no es más que una vana intención de ser más que el otro y una muestra del poco afecto que, en el fondo, nos tenemos. Si no soy capaz de respetar mis propios sentimientos y aflicciones, ¿cómo puedo pedir que los demás me respeten?
Menos gravedad, menos tensión, menos falsedad y más de nosotros mismos, que para eso nos hicieron. Y, sobre todo, más reírse de uno y de los demás, que como ejercicio, físico y mental, viene siempre bien.
(Después de esto, me voy a dormir, que creo que estoy perdiendo el hilo...)
Ciento por ciento de acuerdo. No me hagan comulgar con ruedas de molino. Todos tenemos días buenos, malos y de esos en que mejor no levantarse pero hay que poner al mal tiempo buena cara y seguir adelante.
ResponderEliminarMe identifico con los comentarios o pensamientos ácidos, no siempre hay que expresarlos pero no se pueden evitar.
Si alguien se ve como la mona, no puedo dejar de pensar si no tenía espejo o si no tiene parientes en casa, lo que no quiere decir que la aprecie menos ni se lo escupa en la cara.
Siempre me he reído de mi misma así le gano a los demás.
mamá
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