
Sin quererlo, además, las cosas se tornan mejores; los momentos de agobio o estrés, muchos de ellos provocados por la falta de puesta en común o de malentendidos, se solventan amigablemente. Las espinas hay que quitarlas, dejar que escuezan un poco las heridas, lavarlas y olvidarse. Es muy útil en la vida leer las propias cicatrices y ver qué hemos aprendido con cada una de ellas.
La gente que no tiene cicatrices, no ha tenido experiencias. La gente siempre feliz, vive una vida incompleta. Aquéllos siempre oscuros, se pierden una buena porción de la vida. Y la intensidad no va de la mano con la magnificación de la mediocridad, sino con haber vivido realmente cada momento sin miedo.
Cada vez más me gustan todas mis cicatrices, no porque sean especiales, sino porque son mías y de ellas he aprendido lo que necesito para ser hoy quien soy.
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