Qué pequeño que soy yo

Hay pequeñas cosas en la vida que pueden transformarla. Siempre hablamos de grandes cosas, de importantes acontecimientos, de noticias mundiales; no obstante, lo que puede cambiarla es mucho más pequeño que eso: una llamada de teléfono, un buen amigo, una persona especial, una mirada, un roce, una sensación.

Pero tenemos una clara predilección por la grandilocuencia, por cantar al mundo bondades épicas, místicos encuentros, amores y amistades que cruzan los portales de la conciencia y la razón. Todo lo hacemos grande para darle altura, muchas veces, a vidas empequeñecidas. Resulta mucho más cómodo dibujar grandes escenarios o magníficos personajes para no ver lo miserables que podemos ser: un espacio vacío, un trabajo poco satisfactorio, relaciones enfermizas, una serie de complejos, un enorme ego...

La vida nos enseña continuamente a tomar perspectiva, a limpiar toda esa grandilocuencia y a quedarnos con esas pequeñas cosas: unos ojos ajenos que brillan cuando apenas se asoma la luz en el horizonte, es lo más bonito que puedo tener estos días. No necesito agrandar nada de mi vida, porque ya tengo bastante con lo que tengo y estoy feliz con ello. Hacerlo sólo sería demostrar lo poco sincero que soy conmigo y con el mundo.

(recurro a una pintura de caspar david friedrich para que entendamos lo pequeños que somos en el mundo...)