"[...] tuve que explicarle que cada acción podía responder a un rango de emociones, pensamientos o impulsos inconscientes, lo que volvía sus análisis desmesurados en su precisión. No distinguía lo intencional de lo circunstancial, lo permanente de lo pasajero, lo serio de lo cómico, lo importante de lo trivial. Le enseñé que puede extraerse cualquier conclusión de una secuencia de hechos, que es posible 'leerlos' del modo en que se quiera, cargándolos del estado en que el 'lector' se encuentre. Pero esa y otras lecciones no lograron hacerle comprender la grave diferencia entre lo objetivo y lo subjetivo".
Fue el último párrafo que leí anoche de "La barrera del pudor", libro del chileno Pablo Simonetti y que, por ahora, me está gustando mucho.
¡Qué bien escrito! Me ha parecido una construcción perfecta, tan llena de tantas verdades, tantas sentencias, tanto sentido. ¡Y cuánta verdad hay en este párrafo! Tenemos la tendencia de "explicar" lo que hacen los demás desde una perspectiva particular, desde una minúscula mirada de la realidad, de lo que ocurre alrededor y nos cegamos ante un infinito mundo de ignorancia al que no queremos ni asomarnos. Es más fácil emitir juicios desde el desconocimiento que hacer un esfuerzo por ampliar la visión y conocer más allá de nuestras limitaciones.
Somos, en eso, bastante egocéntricos. Cometemos, además, una y otra vez el mismo error. No somos capaces de soportar una crítica que nos saque de nuestra zona de confort y nos muestre lo poco que sabemos y la soberbia que ostentamos. Seres autocomplacientes en nuestra debilidad y en el error, porque sentimos que es mejor quedarnos allí que movernos, que aventurarnos, que esforzarnos por traspasar nuestras limitaciones.
Cargamos a los demás con nuestros miedos, nuestras culpas, nuestras carencias y los llenamos de imágenes que, seguramente, no concuerdan con la realidad. ¿Por qué tenemos que darle al discurso ajeno un contexto basándonos en nuestra experiencia? Cuántas veces nos hemos explicado actitudes de los demás, sin tener antecedente alguno, basándonos en nuestra propia forma de actuar. Cuántas veces asumimos que el otro hace o hizo algo para enfadarnos, para atacarnos, para molestarnos, sin tomarnos el trabajo de buscar otra explicación o asumir, simplemente, que las cosas se pueden hacer por hacer.
Años atrás, discutía este punto con una amiga psicóloga. Ella decía que toda acción tenía una motivación, que toda forma de comportamiento podía ser explicada o asignada a alguna conducta o intención. No sé si estoy de acuerdo. Muchas veces hacemos cosas sólo por hacerlas, sin pensar en consecuencias. Tantas reacciones que tenemos por instinto y que no racionalizamos. Y es que pensar que los seres humanos somos capaces de actuar siempre de forma consciente, creo que es ponernos demasiadas medallas y darnos una importancia que no tenemos dentro del concierto natural en el que vivimos.
Fue el último párrafo que leí anoche de "La barrera del pudor", libro del chileno Pablo Simonetti y que, por ahora, me está gustando mucho.
¡Qué bien escrito! Me ha parecido una construcción perfecta, tan llena de tantas verdades, tantas sentencias, tanto sentido. ¡Y cuánta verdad hay en este párrafo! Tenemos la tendencia de "explicar" lo que hacen los demás desde una perspectiva particular, desde una minúscula mirada de la realidad, de lo que ocurre alrededor y nos cegamos ante un infinito mundo de ignorancia al que no queremos ni asomarnos. Es más fácil emitir juicios desde el desconocimiento que hacer un esfuerzo por ampliar la visión y conocer más allá de nuestras limitaciones.
Somos, en eso, bastante egocéntricos. Cometemos, además, una y otra vez el mismo error. No somos capaces de soportar una crítica que nos saque de nuestra zona de confort y nos muestre lo poco que sabemos y la soberbia que ostentamos. Seres autocomplacientes en nuestra debilidad y en el error, porque sentimos que es mejor quedarnos allí que movernos, que aventurarnos, que esforzarnos por traspasar nuestras limitaciones.
Cargamos a los demás con nuestros miedos, nuestras culpas, nuestras carencias y los llenamos de imágenes que, seguramente, no concuerdan con la realidad. ¿Por qué tenemos que darle al discurso ajeno un contexto basándonos en nuestra experiencia? Cuántas veces nos hemos explicado actitudes de los demás, sin tener antecedente alguno, basándonos en nuestra propia forma de actuar. Cuántas veces asumimos que el otro hace o hizo algo para enfadarnos, para atacarnos, para molestarnos, sin tomarnos el trabajo de buscar otra explicación o asumir, simplemente, que las cosas se pueden hacer por hacer.
Años atrás, discutía este punto con una amiga psicóloga. Ella decía que toda acción tenía una motivación, que toda forma de comportamiento podía ser explicada o asignada a alguna conducta o intención. No sé si estoy de acuerdo. Muchas veces hacemos cosas sólo por hacerlas, sin pensar en consecuencias. Tantas reacciones que tenemos por instinto y que no racionalizamos. Y es que pensar que los seres humanos somos capaces de actuar siempre de forma consciente, creo que es ponernos demasiadas medallas y darnos una importancia que no tenemos dentro del concierto natural en el que vivimos.
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