"En los Países Bajos se insta a los escolares a tener sus teléfonos móviles encendidos". ¡Hasta cuando con la aberración! Muchos padres dirán que es la única forma de comunicarse con ellos, de saber dónde están y de, en caso de emergencia, poder llegar hasta ellos.
¿En qué mundo vivimos? La inmensa mayoría de los que lean este post -y yo también- crecimos sin teléfonos móviles ni Internet. ¡Y sobrevivimos! El colegio no es un campo de guerra ni un punto de reunión de bandas violentas; los profesores no son una pandilla de pedófilos ni los compañeros un puñado de delincuentes. Las calles y el transporte público -o privado- todavía tienen seguridad (salvo ciertos puntos evitables y que todos conocemos). ¿Por qué esa manía de control? ¿Tanto miedo nos han metido en el cuerpo?
Recuerdo que en el colegio había un teléfono disponible para, ojo, emergencias que se pedía al inspector correspondiente. Y hablo de emergencias. El haber dejado un libro en casa no provoca una situación de peligro. Se contactaba con los padres en caso de accidente o enfermedad y punto. En el colegio estábamos seguros, protegidos y tranquilos. Casi ninguno de nosotros vive en el Bronx e imagino que, incluso allí, todavía habrá zonas más seguras para estudiar.
Los padres de hoy están enfermos. No todos, claro. Pero la epidemia corre rápido. Veo a niños en el autobús con apenas 10 años, si llegan, enviando SMS y hablando por el móvil. Completamente ridículo. Los niños tienen que ser niños. Tienen que saber que no todo es tan fácil. Y los padres deben hacerse responsable de sus hijos, saber dónde están y con quién. No estoy diciendo nada fuera de lo normal, porque así lo hicimos nosotros.
"Mamá, voy a casa de... me vas a buscar o me traen sus padres"; "Papá, salgo un momento a clase de piano (o al fútbol o a baloncesto o...) y vuelvo a las 7". Y así era. Si no volvías a las 7 había un margen de tiempo prudente para el "retraso" y luego venía la sanción en caso de no cumplir. Luego te vas haciendo mayor y vas ampliando el campo de acción. Recuerdo decir alguna noche: "No me esperen, que no sé a qué hora volveré". Pero ya se sabía dónde y con quién estaba, mis padres conocían a mis amigos y, salvo las típicas tonterías de adolescente, no había nada que ocultar.
Esa es la forma de relación. Actualmente se llena a los niños de gadgets que, estoy seguro, de alguna manera los hace más estúpidos, menos sociables y más introvertidos. Luego se preocupan de la "relación" de la juventud con las nuevas tecnologías: padres idiotizados con la televisión puesta a todas horas, incluso a la hora de comer; padres pegados al teléfono, a su portátil o a lo que sea. Hay edades para todo y momentos para todo. Los niños deben jugar al aire libre, correr, hacer deportes, leer, crear, dibujar, soñar. Y, poco a poco, se les debe ir familiarizando con la tecnología, como un medio facilitador y no como el único recurso.
Y, para cerrar, vuelvo al principio: en el colegio deberían prohibir el uso de teléfonos móviles. Allí se va a estudiar y no es necesaria una vía de comunicación directa a través de un aparato con el exterior o con los compañeros. Para eso tienen boca y pueden hablar perfectamente. El móvil no es una herramienta de aprendizaje ni nada que se le parezca. Lo único que hace es entorpecer el funcionamiento de un centro educativo y el crecimiento de los jóvenes, no por las ondas ni las radiaciones, sino por la independencia, la responsabilidad y las normas básicas de comportamiento social. No se me pasa por la cabeza ni soy capaz de imaginar una clase de Lengua con la Rosa Urbina o una clase de Química con Naritelli, con un teléfono sonando. Habría ardido Troya, ¡muchas veces!
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