El sistema no funciona. La economía no funciona. La sociedad está en crisis. ¿Es el comienzo del fin? ¿Tendremos que enfrentarnos, inevitablemente, a una revolución? ¿A varias?
Mucho se habló a lo largo del siglo XX sobre el fin. Dos guerras mundiales y una tercera gran guerra disfrazada de disuasión, con locales enfrentamientos lejos de las grandes concentraciones poblacionales europeas y estadounidenses (Vietnam, Corea, África, Oriente Medio...). No era de extrañar. La sombra de la muerte y la destrucción era larga y pesada. Hoy se ha difuminado en la conciencia, pero no en la realidad.
Vale que la amenazante destrucción mutua asegurada no es la parte protagonista en el sistema internacional, pero todavía está vigente pese a los numerosos programas de desarme, el cual nunca ha sido definitivo ni total. ¿Debemos tener miedo? ¿Debemos estar aterrados?
Ni en el siglo XX ni ahora tenemos ganas de destruirnos completamente. El miedo pasó de las superpotencias al terrorismo moderno. El enemigo común es el que piensa diferente, cree en algo distinto y vive su creencia de manera particular. El enemigo, en suma, somos nosotros mismos. Es nuestro prójimo, nuestro hermano, nuestro vecino, nuestro igual.
Hablamos de sistemas democráticos modernos. Pero nunca la democracia ha sido menos democrática que ahora. Tenemos derechos y leyes que los limitan o los suprimen. Tenemos libertad, pero estamos controlados no sólo por el marco legal, sino por organismos opresivos (policías locales, municipales y nacionales, ejércitos y sistemas de seguridad). Tenemos la posibilidad de expresarnos libremente, pero nos reprimen la misma sociedad que nos acoge, los intereses económicos y las convenciones humanas.
El sistema político representativo es una representación teatral de la democracia. ¿Acaso creíamos que lo "representativo" era porque el sistema es un fiel reflejo de lo que queremos? Hagamos un momento de reflexión y pensemos si las 5 medidas políticas más importantes del último año o del último lustro se han hecho exactamente de la forma en que queríamos. Si hemos sido capaces de aportar, proponer, discutir o evitar su promulgación. Si realmente es lo que creíamos que debería haberse hecho o había otras prioridades.
La sociedad de libre mercado es otra falacia. El mercado no es libre ni tampoco lo es la sociedad. Estamos restringidos por todas partes y, además, a merced de los intereses económicos de las grandes compañías, de los medios de comunicación que trabajan para ellas y de los intereses políticos asociados. No, no es un ataque de carmín en mi tinte político, sino una constatación de una sociedad enferma. ¿Devastador? No, pese a todo, todavía tengo fe en nosotros.
Hace tiempo que creo que tendrá que producirse un cambio, que algo nos hará enmendar el rumbo. ¿La religión? Tal como está ahora, no creo. ¿La política? No está dentro de sus planes. ¿La economía? Lo dudo todavía más. ¿Quién entonces? Pues no lo sé, porque si lo supiese, probablemente no estaría escribiendo este texto. Pero creo que las cosas cambiarán. No será ni hoy ni mañana, pero tendrá que ocurrir.
El sistema, cíclico o lineal, tendrá un punto de quiebre y será el momento de vivir de otra forma, de volver a empezar. ¿Mejor o peor? Tampoco lo sabemos. Ya nos gustaría. Pero la historia nos ha demostrado que, de una u otra forma, las sociedades se han reinventado, han superado crisis, revoluciones, caídas y masacres. Desaparecen unos y aparecen otros. No deberíamos ser tan soberbios de pensar que estaremos aquí para siempre. Puede ser como puede no serlo. Sólo digo, y estoy convencido de ello, que las cosas cambiarán.
De momento, la tarea más inmediata es mejorar lo mejorable, trabajar con lo que tenemos a mano para que las falaces representaciones de una sociedad ideal se dejen de lado y se busquen mejores opciones. Comprobado está que los extremos, ninguno de ellos, son la solución. La respuesta, quizás, está en los modelos intermedios. ¿En un moderado capitalismo social o en un socialismo capitalista? ¿En una democracia representativamente directa o directamente representativa? ¿En una monarquía popular? ¿En un sistema religioso de libertad y tolerancia multicredo? ¿Quizás una democracia bancaria ecológica hollywoodiense? No lo sé. No tengo la solución. ¿Alguien la tiene? Se aceptan propuestas.
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