Por cierto, se llama matrimonio



Para muchos y muchas puede resultar irrelevante, porque nunca han tenido que pararse a pensarlo. Para mí, en cambio, el hecho de haberme casado tiene una serie de connotaciones, personales y políticas, de importante calado.

Entre las personales, por supuesto la que me permite estar con la persona que amo en un entorno protegido por la ley, con los mismos derechos y deberes que cualquier otra pareja que haya contraído matrimonio. La sensación de protección civil, de que nadie puede poner en duda nuestra relación para temas de convivencia, herencias, testamentos, últimas voluntades, etc., es de vital importancia ciudadana.

Entre las políticas, la primera es la de reivindicación: me casé porque quise y con quien quise, sin que nadie pudiera intervenir en mi decisión. Ni el Estado ni la Ley deberían impedirle a nadie casarse con la persona adulta que desee. (Nota: Explico lo de adulta para frenar cualquier comentario absurdo respecto a que el matrimonio entre personas del mismo sexo propiciará, como paso evidente, los casos de matrimonio entre adultos y niños, adultos y animales, etc.).

La segunda cuestión política es por una reclamación de derechos, porque como ciudadano que paga impuestos, me corresponde contar con las mismas ventajas que cualquier otra persona, entre ellas, poder casarme con todas las de la ley civil, adquiriendo obviamente, todas las obligaciones y consecuencias que ello implica. Basta ya pensar que el ser homosexual, bisexual, lesbiana o transexual nos convierte, automáticamente, en ciudadanos de segunda, en seres imperfectos que necesitamos de la guía y la misericordia de los heterosexuales predominantes. ¡Somos personas! Estamos sanas, con la cabeza bien amueblada y no necesitamos de su permiso para vivir.

La tercera, porque es necesario normalizar a la par que equiparar. Así como la ley avanza muchas veces más rápido que la sociedad, el matrimonio igualitario permite visibilizar y normalizar la situación de tantos hombres y de tantas mujeres el colectivo LGBTI, que han vivido escondidos por el miedo, por la violencia, por la desigualdad...

Chile, así como muchos otros países, necesita dar un paso al frente y poner las bases que permitan alcanzar el matrimonio civil igualitario, no quedándose en medias tintas como el Acuerdo de Unión Civil. No por eso este último tiene menos mérito. Al contrario, es un gran salto para el país, pero todavía insuficiente y, lo que es peor, todavía de poco reconocimiento legal para muchos, como hemos visto en la prensa en los últimos meses en cuanto a reconocimiento de cargas familiares, pensiones, etc.

Tenemos que seguir caminando juntos y trabajando para conseguirlo. Y, por cierto, se llama matrimonio y no necesita de más adjetivos. Retire de su vocabulario los añadidos de "gay", "homosexual" y cualquier otra variante, porque mi matrimonio es exactamente igual que el suyo ante la ley, como debe ser.

A través de mi proyecto Coming Out Campaign, pondré especial atención en apoyar este tipo de iniciativas y en seguir trabajando para conseguir la igualdad y el reconocimiento de todos.

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