¿Por qué habría de arrepentirme de amar?

Ayer estaba viendo un corto documental sobre las terapias de conversión (de homosexuales para que dejasen de serlo) en Estados Unidos y hoy, fake o no, veo esta imagen con pensamientos que, seguramente, más de alguno tiene o ha tenido alguna vez en su vida.

Lo primero que resulta esencial es comprender que nadie elige ser homosexual. Como ya han y hemos dicho muchos antes, ¿por qué elegiríamos ser gays en una sociedad en la que se nos condena y se nos discrimina? ¿Por qué habríamos de exponernos a que nos agredan en la calle? ¿Por qué decidiríamos ser ciudadanos de segunda, donde se nos exigen deberes cívicos, pero se nos niegan ciertos derechos?

Y siempre me gusta hacer la misma pregunta: ¿Cuándo decidiste ser heterosexual? ¿Alguna vez te planteaste ser de otra forma a causa de algún evento relevante en tu vida? ¿En qué momento de tu vida hiciste un proceso consciente para empezar a morderte las uñas o ser fanático del fútbol? ¿Cuánto tiempo valoraste y razonaste la idea de enamorarte de esa persona que te acompaña en la vida? Para mí, son cosas que simplemente son, que pasan por cuestiones que escapan al raciocinio y tienen más que ver con lo visceral y con lo emocional, con los componentes más básicos de nuestra esencia como personas. Por lo tanto, no pueden ser decisiones, sino que pasan a ser sensaciones que se exteriorizan. Pero yo no soy filósofo ni pensador, ni menos pretendo sentar cátedra al respecto.

Si bien el debate de si se nace o se hace sigue vigente, mi experiencia me lleva a creer que se nace. Pero hay muchos grupos que consideran que es una forma de vida, una moda pasajera provocada por fuerzas demoníacas o por simple falta de carácter. Y, lo mejor, es que con una “vida santa” se puede curar.

Sinceramente, creo que las terapias de conversión no son más que acciones conductistas que pretenden modificar el comportamiento público, pero que jamás pueden alterar el sentimiento privado, lo más profundo. Hasta ahora no he visto ningún caso creíble de “exgays” (como se llaman ellos), al menos no en los documentales o reportajes que he visto al respecto, que me deje con la certeza de que está curado. Ayer decía uno que seguía mirando hombres, que miraba sus piernas fuertes y quería ser como ellos, pero que ya no lo hacía con deseo… en fin, que el que no se consuela es porque no quiere.

Y dejando el tema polémico aparte, ¿por qué habría de pensar en dejar de amar a la persona con la que comparto mi vida? ¿Alguien se lo ha planteado alguna vez así porque sí? Gay o no gay, me enamoré de otro ser humano y así me quiero quedar. ¡Sobre todo con lo difícil que resulta encontrar a tu media naranja! Maldito Zeus

Sinceramente, yo no cambiaría este amor por ningún otro, ni por la necesidad de reproducirme ni por una aspiración eterna a vivir sobre las nubes en un cielo imaginario que nadie de nosotros ha visto. Ha sido bastante habitual que en los últimos meses haya mucha gente preocupada por si mi alma arderá en el fuego eterno del infierno, invitándome a convertirme a sus dioses (los que sean) para dejar de vivir en pecado, para dejar de ser un paria social, para dejar de ensuciar la mente de los niños, para dejar de ser un sodomita, para dejar de ser una serie de cosas entre todas las que me han llamado. Y la verdad es que no quiero…

Primero, porque ¿quién les ha dado esa posición superior desde la que pretenden salvarme? Insisto en que detrás de esa noble intención hay una profunda soberbia de creerse dueños de la única y gran verdad, jugando a ser dioses y a juzgar a sus pares por lo que hacen y dejan de hacer. Eso, según yo, no les hace mejores personas. Al menos, no les hace parecer mejores personas.

Segundo, porque ese asunto, si me interesase, sería una cuestión personal que a nadie tiene que importarle. La vida espiritual es de cada uno y querer intervenir en ella, para mí, vuelve a ser un acto de soberbia absoluta. Lo mismo me pasa con quien intenta imponer su pensamiento político, su visión de la vida o que su receta de la tortilla de patatas es la mejor del mundo.

Y tercero, porque ¿por qué habría de arrepentirme de amar a mi marido? Estoy en una relación amorosa, tierna, larga y cómoda, en la que nos queremos y nos aceptamos, nos acompañamos y disfrutamos juntos, en la que nos reímos y lloramos, en la que compartimos, en la que celebramos lo bueno y enfrentamos lo malo. Y todo lo hacemos de a dos, codo con codo, mano con mano. ¿Dejaría yo de mirar esos ojos azules y de disfrutar en la forma en la que ellos me miran? No, no lo haría. Ni aunque me jurasen la vida eterna en un cielo lleno de vírgenes dispuestas para mi gozo y satisfacción.

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  1. Constructiva reflexión querido amigo, especialmente válida en estos tiempos donde parecemos involucionar hacia el medioevo. un abrazo

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    1. Muchas gracias, querido Adrián. Un abrazo para ti también. Ojalá dejásemos de involucionar...

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  2. Anónimo13:54

    Que va Tomás, cada uno de nosotros es como es, nadie tiene potestad para criticar o querer cambiar a nadie. Te felicito, sigue como eres, Dios nos ama a todos (yo creo en Él, pero no como castigador, sino como un ser amoroso), disfruta al máximo tu vida junto a la persona que amas, no tiene importancia de que sexo es, lo único importante aquí, es hacerse felices!!!!!

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    1. Gracias, Anónimo, por tu mensaje. ¡Abrazos!

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  3. Denson19:46

    Excelente Reflexión, ojala todos tuviéramos ese valor.

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    1. Muchas gracias, Denson. Pero no te creas que siempre he tenido el valor para decir lo que siento. Durante mucho tiempo me escondí hasta que no pude más, y ahora precisamente cuento esto para decirle a la gente que no se quede en el miedo.

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