Descubriendo Ámsterdam - Día 1 (y nada más)




¡Nunca más elijo el vuelo de las 6 AM! Quedarme dormido a las 2 para despertarme a las 3, estar en el aeropuerto a las 4, tardar 4 minutos en pasar control y después tirarnos más de 1 hora dando vueltas por una terminal en penumbras, solo con unos televisores haciendo ruido y emitiendo luz como parte de un reclamo publicitario, y alguno que otro casi-viajero intentando cogerle a Morfeo algunos minutos más de sueño. Pero bueno, la experiencia no es tan terrible... solo traumática. Sobre todo cuando en el avión dormí 20 minutos como mucho, despertándome de tanto en tanto ahogado en mis propios ronquidos y con la conciencia de estar molestando a mi alrededor, con lo cual el descanso no llegaría hasta la noche.

El aeropuerto de Schipol es grande, pero me dio la sensación de ser muy manejable y cómodo. Incluso hasta agradable, con todo lo anodinos que son en general. Muy luminoso y, a pesar de ser mediados de julio, bastante tranquilo. En pocos minutos alcanzamos la cinta para recoger el equipaje y emprendimos en dirección al tren que nos llevaría a Centraal Station, punto neurálgico de la red de transporte en Amsterdam. El tren a Centrall Station iba bastante lleno, pero al cambiar al metro en dirección al hotel, la cosa fue más relajada. Sobre todo, porque el hotel estaba en las afueras de la ciudad, en un entorno muy agradable: parque, río, paz, tranquilidad...

Aprovecho para decir que el transporte funciona bastante bien, es cómodo, limpio y eficaz. Tuvimos la oportunidad de ir en metro, tren, autobús y tranvía, y la verdad es que en todos los casos fue un servicio estupendo. De todas formas, Amsterdam es una ciudad para caminar, para recorrer con calma, para fijarse en las líneas de las casas, en los detalles que diferencian a un edificio de otro; en las contraventanas, coloridas o no, muy características en buena parte de los barrios, y en tantas otras cosas que la convierten en un destino delicioso.


Pero volvamos a la crónica diaria, para no perder detalle alguno. El hotel estaba a 10 minutos caminando desde la parada de metro de Gaasperplatz, lejos del mundanal ruido. Recomendado para personas que van por varios días, que quieren disfrutar de la tranquilidad, de unas agradables vistas y de una terraza a orillas de un río para descansar. El servicio y el hotel en sí estuvieron muy bien, aunque los desayunos me parecen un robo: 15 euros por persona para un bufet bastante normal y exactamente igual cada día, sin la más mínima sorpresa e innovación. La comida no estaba mal, pero claramente había un problema conceptual en llamar a ciertos platos, sabrosos por cierto, de una forma que no les correspondía: un vitello tonnato que poco tenía que ver con la receta base, al igual que la ensalada cesar y el tabbouleh, pero que resultaban agradables en sabor y textura.

Llegamos a hotel sobre las 10:30 de la mañana, dejamos bultos, nos refrescamos un poco y salimos a pasear cerca del mediodía. Con los horarios cambiados y la cabeza adormecida, comenzamos con una agradable comida en el Lokaal, un sitio con terraza muy cerca de Wibautsraat que resultó tener muy poco público a esa hora, con lo cual estuvimos tranquilos y pudimos disfrutar del entorno. A partir de ahí, como siempre, nos dejamos llevar por la intuición y por el placer: hedonismo turístico puro; es decir, simplemente caminar hacia las calles y rincones que más nos gusten, que mejor pinta tengan, que destaquen por alguna razón imposible de explicar... en suma, go with the flow my friend.


Y el destino fue el barrio De Pijp después de cruzar el río Amstel. Ese día recorrimos la zona sur de Amsterdam, fuera de los semicírculos de agua y alejados del centro, pero nos animamos a llegar hasta el Museum-Plein para cruzar una de las zonas más concurridas de la ciudad. Paseamos por el Albert Cuyp Market, una larga fila de tenderetes llenos de ropa, comida y curiosidades. Después nos lanzamos simplemente a caminar. La razón, ninguna en especial. Solo disfrutar de lo que había: barrios, casas, canales, parques, plazas y calles, muchos cafés y cómodas terrazas para dejar pasar el día. Poco a poco, y de terraza en terraza, deshicimos el camino hasta el río Amstel y hacia la misma estación de Metro que nos había recibido por la mañana. 

El cuerpo ya estaba pidiendo calma (que no salsa) y finalmente decidimos volver al hotel a descansar y, sobre todo, a recuperar fuerzas para el día siguiente. ¡La vida del turista es muy dura! Hace años creo que no me metía a la cama tan pronto y hace muchos meses que no tenía una reparadora noche de más de 10 horas de sueño. Claramente es un lujo no tener una autopista al lado de casa... la paz del hotel era exagerada y hasta podía parecer sospechosa; pero no, todo es cuestión de saber que más allá del ruido de Madrid hay un mundo de remansos de silencio.


Sin pensarlo, nuestra comida durante todo el viaje se centró en los sándwiches, pero es que el pan está buenísimo en prácticamente todas partes y la oferta era suculenta y deliciosa: hummus con tomate; queso feta, calabaza asada y tomate seco, etc. ¡Imposible resistirse! Pero, en general, la comida no es cara y, buscando, se pueden encontrar muy buenas ofertas en lugares con encanto, vistas y comodidad.

(La crónica diaria del viaje quedó inconclusa en su momento y más de un año después no tiene mucho sentido contarla... al menos, están mis primeras impresiones de un viaje maravilloso).

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