¿Valiente o cobarde?


Este año ha sido importante para mí en lo personal. Después de publicar en mi blog la dichosa carta que les mandé a mis padres hace casi 5 años, una carta que era muy familiar, pero que decidí (y decidimos con ellos) hacer pública en nuestra cruzada particular: ayudar a muchas otras personas que no están lidiando bien con la homosexualidad de sus hijos. Fue algo muy poco premeditado el revuelo que esto provocó no solo en mis redes, sino que en las de amigos y familiares que reprodujeron y multiplicaron el mensaje.

No es fácil exponer los sentimientos. Y, aunque de eso vengo yo curado porque en mi blog lo he hecho varias veces, resulta complicado todavía decir lo que sentimos, lo que queremos o lo que pensamos con libertad. Sobre todo cuando se trata de la vida privada, de algo tan personal como el amor, el cariño, los miedos, la liberación, el perdón...

Durante este viaje, que debo decir que ha sido maravilloso, he recibido muchos mensajes de apoyo y de cariño. Incluso me han escrito personas con las que no tengo la relación más fluida para reconocer mi valentía al asumir públicamente mi homosexualidad. Es cierto, en Chile y en muchas otras partes todavía resulta valiente levantarse y decirlo, más en aquellas donde ser gay se convierte en una sentencia de muerte. Y digo esto porque es aquí donde siempre me ha surgido la duda, desde mi salida del armario (clóset): ¿Valiente o cobarde? 

Entiendo el concepto de valiente por lo que decía: es un acto de valentía decir que se es gay, aunque en realidad es un tema que no debería ser tema. A nadie debería definirle su sexualidad, porque antes que eso está la persona y quién sea su compañero de vida o de cama no le afecta como persona con sentimientos, derechos y responsabilidades. Y al resto tampoco debería importarle. Pero bueno, nos hemos acostumbrado erróneamente a que así debe ser, y lo hacemos como una forma de reivindicación y de normalización, más cuando todavía hay quienes se quitan la vida por la presión social y cultural de su entorno ante su homosexualidad reprimida y su sufrimiento.

A la vez, siempre me he sentido tremendamente cobarde. Cobarde, porque durante años fui incapaz de lidiar con mis sentimientos. Cobarde, porque durante tiempo me mentí a mí mismo y a mi familia, a mis amigos... Cobarde, porque prefería negarme a dejarme ser, a sentir, a asumir con orgullo (o sin él) quién era yo. Cobarde, porque prefería reprimirme, esconderme, cerrarme y huir de aquello que "ponía en peligro esa normalidad a la que, supuestamente, tenía que aspirar". Me costó años quitarme los miedos, que a veces vuelven a visitarme. Me costó tiempo borrar la culpa de esos pecados mortales, veniales y del tipo que sean que habían grabado a fuego en mi cabeza. Me costó muchas emociones, buenas y malas, aprender a vivir conmigo en paz.

Por suerte, tengo una familia como la mía: comprensiva, acogedora y amorosa. Por suerte, tengo un hombre maravilloso a mi lado que entendió (o al menos me acompañó en) cada uno de mis procesos mentales, de mis miedos, de mis penas, de mi liberación y de mis alegrías. Por suerte, tengo un grupo de amigos que valen un tesoro y, por suerte, vivo en un país que, a pesar de sus reticencias, convive con la homosexualidad de una forma más abierta. Y eso es algo a lo que todos deberíamos tener derecho: a ser libres, a vivir como queremos, sin que medie el terror a ser descubiertos, maltratados, procesados y ejecutados por amar. 

Nótese que uso amar, porque, a diferencia de las baratas creencias de muchos y muchas ignorantes, la homosexualidad no es únicamente sexo, no es solo carnalidad ni disfrute. Somos personas con sentimientos, como usted, como yo, como todos, que disfrutamos del sexo, sí; pero también del amor, el cariño, el afecto, la amistad, la familia y de todo lo demás, igual que el resto del mundo. Porque no somos animales con glándulas afectadas (Margarita), drogadictos degenerados (Juan Ortega Tapia), arrogantes superficiales (Nicolás tiene mamá y papá), enfermos mentales (Israel Parra) ni obsesos sexuales (Fernando Figueroa). Somos, aunque les duela a muchos y a muchas, tan iguales e imperfectos como todos.

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