5 "secuelas" de mi vida como inmigrante

Por esas cosas de la vida soy inmigrante. Eso sí que decidí serlo... Llegué a un país totalmente extraño hace más de 10 años y aquí sigo. Si bien no ha sido nunca fácil empezar de cero en un nuevo país, hay muchas experiencias que te cambian como persona para siempre, te separan de quienes no saben lo que significa la nostalgia de la tierra o el desarraigo, ese al que todos aspiramos de forma consciente o no.

1. Mi casa es el mundo. Ya sé que esto suena a cliché aspiracional y hasta ridículo, pero es verdad que una vez que sales de tu "caja", ya no tienes límites. Hoy vivo en España; mañana, quién sabe... Yo al menos no lo tengo claro. Y dado que cada vez disfruto más estando en otros sitios (ahora mismo escribo desde un tranquilo pueblo costero en el norte de Inglaterra, mientras la lluvia de un día gris rompe contra la ventana) y mi trabajo me permite libertad de movimiento, no sé dónde acabarán mis huesos algún día. Todo es cuestión de dejarse llevar... Pero está claro que, por ahora, no puedo  ni quiero parar este movimiento.

2. Zamorano. Sí, gran parte de mi vida la he pasado en Chile, pero aquí ya llevo más de un cuarto de ella. Y me ha cambiado el acento, la forma de escribir y he asumido como propias expresiones locales. Eso no me convierte en "Zamorano" ni en nada, simplemente es un proceso lógico de integración en mi sociedad de acogida. No lo hago de forma voluntaria ni como pose para ser más international, es pura y simple supervivencia, más bien, solo "vivencia".

3. No soy de aquí ni soy de allá. El desarraigo es una experiencia fuerte. Si bien mi casa ahora está en Madrid, realmente no es mi casa, o no es ese lugar donde se atesoran mis recuerdos o el escenario que los contiene en mayoría. Ese lugar está en Chile, repartidos entre Talca, Santiago y Concepción, pero realmente tampoco están, porque los espacios han cambiado, yo he cambiado y los recuerdos tienden a la idealización. Cuando estoy allá, lo disfruto mucho, pero siempre extraño mi nueva casa. Y cuando estoy fuera de esa casa original, también la extraño. Al final, estoy muy bien y nunca estoy del todo bien en ninguna parte. Siempre hay algo de ese desarraigo que se nota, que viaja conmigo a todas partes.

4. Nunca fui un aventurero nato. Pensar en viajar me daba bastante respeto y me llamaba la atención lo suficientemente poco como para acomodarme en mi rincón y no moverme. De hecho, la primera vez que salí de Chile fue a mis 27 años, un viaje corto a Buenos Aires... Y, pocos meses después, estaba cruzando el Atlántico para empezar una nueva vida. No sé cómo ocurrió, pero no me arrepiento por un instante haberlo hecho. Hoy no puedo vivir sin viajar. Y aunque los aviones me dan mucho respeto, tengo que pensar cada poco tiempo en moverme... Ya tengo organizados viajes hasta enero de 2015 y ya pensando en los que vendrán a partir de la próxima primavera de este lado del mundo.

5. Ser inmigrante te cambia. Te hace más consciente de las minorías, de las diferencias, de la integración, de la necesaria educación intercultural, de la riqueza de aquellas cosas que nos hacen únicos, como personas y como sociedades. Me ha hecho más sensible a acoger a quienes no son como yo, a quienes piensan distinto, a quienes vienen de orígenes diferentes, hablan de otra forma, etc. Sé en carne propia lo que es sentirse minoría y estar en un entorno ajeno. Sé lo que duelen las bromas, los comentarios malintencionados y la nostalgia, Sé lo que significa crear tu nuevo espacio, incorporarte en una sociedad nueva y sentir el rechazo por ser diferente. ¡Es duro! Sí, sin duda alguna. Pero el proceso es reconfortante al final y, según me parece, necesario, porque nos abre los ojos y el corazón hacia los demás. No sé si eso significa ser mejores personas, pero seguro que es algo positivo en el desarrollo de una sociedad más acogedora, más rica, más variada.

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  1. Tomás que cierto todo lo que escribes, no sabes lo identificada que me siento al leer esto, que por cierto es la realidad de muchos que hemos escogido vivir lejos pero con una enorme gratitud de cada experiencia que nos regala la vida. Sin duda la vida de un inmigrante es dura (sobretodo emocionalmente) pero reconforta todo lo que se aprende, conoce y comparte diariamente.

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    1. Absolutamente, Mónica. Las experiencias reconfortan y compensan el hecho de vivir lejos... ;)

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