Bitácora de viaje (X) - Día 9: Central Park - Nolita - Little Italy - Soho - West Village (10/10/2009)

El día comenzó con un agradable paseo por Central Park, después de un reponedor desayuno cerca de casa. Como era sábado, estaba lleno de turistas frente al edificio Dakota y la entrada de Strawberry Fields, el “santuario” que recuerda a John Lennon en el parque. Además, al ser fin de semana, se notaba que había un aumento del número de “corredores”, porque incluso cortando el acceso de los coches a Central Park, las calles estaban abarrotadas y tenías que esquivar a las bicicletas, los que corrían y a algún esperpento turístico (yo para esas alturas ya me sentía parte de la casa y viendo a los turistas persiguiendo la estela del ex Beatle, la verdad es que daba un poco de vergüenza ajena ser turista).

La verdad es que si analizamos el paseo por Central Park (2 horas), la extensión recorrida (desde la calle 72 a la 90, de oeste a este) y las dimensiones del parque, no cubrimos creo que ni el 15% del parque. Eso sí, pasamos por varios puentes, prados y bosques, además del Metropolitan Museum, para finalmente salir a la altura del Guggenheim Museum. Como siempre que voy por primera vez a una ciudad, no entré a ningún museo, pero estuve fuera al menos de 3 de los más importantes. Alguno caerá en la próxima visita. Aunque debo reconocer que no soy carne de museo ni me vuelvo loco por las grandes obras de arte. No conozco más una ciudad por la cantidad de cuadros o esculturas visitadas, sino por la cantidad de calle que he sido capaz de hacer. Las ciudades se viven desde el cemento y no desde el mármol; y antes de perder 3 horas intentando entrar a un museo, prefiero patear durante 3 horas las calles o sentarme en un café a mirar a la gente porque es de ellos de quienes se nutren mis historias.

Hecho este paréntesis, después de Central Park cogimos un autobús hacia el sur de Manhattan, hacia los barrios más interesantes, modernos, cosmopolitas, auténticos y bonitos de toda la isla.

Nolita (o el barrio que está al “North of Little Italy”, por eso lo de Nolita) parece ser el punto de encuentro de los neoyorquinos jóvenes en fin de semana: los bares, terrazas, tiendas y mercadillos estaban repletos de gente y las posibilidades de tomarte un café o de almorzar eran prácticamente nulas. Dimos varias vueltas disfrutando de las novedosas tiendas y los interesantes artículos que ellas vendían, para pasar a Little Italy, el barrio italiano por excelencia que hoy se confunde/fusiona un poco con Chinatown, aunque ambos han sido capaces de mantener su identidad y su cultura. Ahí almorzamos en “La Mela”, un grupo de restaurantes que bajo el mismo nombre, dan una comida italiana muy bien preparada, muy abundante y no excesivamente cara. Tampoco es lo más barato, pero que te quiten lo comido. El tiramisú de postre estaba rico y el café, ídem.

Aquí debo contar la anécdota del baño. Cuando digo que voy a pasar al servicio antes de seguir con la ruta, me dice Ivor que me lleve un dólar a mano. Sin entender mucho la razón, saqué mi dólar y bajé las escaleras. Llego y todo era lo habitual. Hice lo que tenía que hacer y al salir, según me acercaba al grifo, un hombre se acerca rápidamente, abre el agua caliente y fría (para que saliese a una temperatura agradable), me echa jabón en las manos, y mientras me las lavo con cara de asombro y sin comprender qué ocurre, me espera al lado con unas toallas de papel para secarme. Miro con más detalle lo que rodea el lavamanos y veo todo tipo de cremas, lociones, aguas de colonia, gel para el pelo, etc., a la espera de algún cliente más presumido. No puedo evitar sonreír, dejo el dólar en la cesta de las propinas y me marcho, no sin antes pensar en que Estados Unidos jamás dejará de sorprendernos.

Como había que bajar los excesos cometidos, el paseo continuó hacia el SoHo (“South of Houston” o al sur de la calle Houston que, ¡ojo!, no se pronuncia “jiuston”, sino “jauston”… cosas de los americanos) donde nos “perdimos” casi toda la tarde porque todo era alucinante: tiendas de diseño, de vanguardia, tradicionales, antiguas, modernas, de libros, de ropa, de accesorios, de cosas de casa, de muebles, de lámparas, de todo; pintadas en las calles, grafittis, las casas, los edificios con sus escaleras de incendio, lo antiguo, lo moderno. Y todo ello perfectamente diseñado y colocado para ser todo un espectáculo. La próxima vez que esté en NY sin duda que el SoHo será uno de los lugares en que más vueltas daré.

Pero el día se iba rápidamente y había que continuar: luego de un cocktail en una terraza que prácticamente daba inicio al West Village, nos adentramos en este barrio para al menos ver qué había en él y si seguíamos encontrando cosas curiosas para mirar. Y la respuesta fue afirmativa: merece la pena también recorrerlo y disfrutarlo. Quizás es un poco menos sofisticado que el SoHo, pero no por eso menos encantador e interesante. Es otra de las tareas pendientes, porque el Village en general ha sido escenario de muchas películas y series, y promete tener mucha vida por contar entre sus calles.

Ahí nos encontramos con el resto de la panda: David, Nacho y Adam, para sentarnos a cenar en un mexicano llamado “Diablo” donde la comida era agradable pero no era la mejor que había probado en mi vida. Después de cenar, fuimos a tomar algo a un pub irlandés (o inglés), que no recuerdo muy bien, donde nos dimos cuenta del cansancio acumulado del día y de la semana. Ya comenzaba a notarse el final de las vacaciones. De regreso a casa y a dormir, que otra vez había que “madrugar” al día siguiente.

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  1. Anónimo13:44

    Este agotador día si me gustó, pero despues del Central PArk, amo las calles en que las personas y los entornos te hablan, hijo, me encanta proyectar sus vidas, ver sus costumbres etc. Ahora lo de los Museos, lejos estoy contigo. No me matan y las obras de arte que si son hermosas no llegan ni a los talones de las personas. Su modo de vivir y su entorno es lejos mas intersante.
    Mamá

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