Bitácora de viaje (IV) - Día 3: Walton y alrededores (04/10/2009)

El día comenzó pronto, porque teníamos que estar todos pronto en la calle para dar un paseo por Walton y para ir a la misa en honor a Mien. Al final, más temprano que tarde estábamos en el pueblo visitando algunas tiendas de antigüedades (muy típicas de la zona) y otras más autóctonas. Después nos fuimos a misa a la única iglesia católica de Walton (que tiene más o menos 2000 habitantes y unas 8 iglesias en total), donde pudimos comprobar que pese a las diferencias idiomáticas y culturales, los ritos son iguales en todas partes.

Cuando acabó la misa, nos fuimos con Irma al cementerio donde nos esperaba Jolene. Fue un momento muy íntimo y particular para cada uno. Todos lo vivimos de forma diferente. Visto desde fuera, fue muy bonito ver al mismo grupo de amigos 20 años después reunidos en torno a la tumba de Mien. Para ellos, sobre todo, fue algo muy especial.

Más tarde volvimos a casa de los Sommer que, por supuesto, tenían preparada una comida especial porque, además de todos nosotros, había venido otra amiga de Mien a pasar el día. El menú era un jamón (una pierna) horneada, con puré de patatas por un lado y de batatas con marshmallows (malvaviscos), una delicia local que nos dejó boquiabiertos y salivando a todos. De postre, tarta de manzana con helado (pecado mortal) y después de comer, un paseo por los alrededores de Walton, disfrutando de las otoñales vistas de los Catskills con Irma que nos iba indicando los caminos.

Inolvidable la experiencia de ir sentado con los cojines de la terraza de los Sommer entre dos asientos de la van, sin más apoyo que mis propios hombros sujetos apenas de los respaldos de los compañeros de viaje. Al menos se me daba mejor que a Anna y el entramado de cinturones de seguridad que Celine intentó en vano improvisar.

Al volver a casa, Eddie nos esperaba con juguete nuevo: un quad (moto de cuatro ruedas) que le habían regalado por su cumpleaños y que nos invitó a disfrutar con un paseo al cerro que tienen detrás de casa. Entre muchas risas y mucho barro, la familia de Shrek (como nos bautizó David) nos subimos en el carrito trasero Kathe, Celine, Ivor y yo, mientras Nacho y David iban con Eddie en el quad. Cerro arriba, cerro abajo, fue un momento muy gracioso y, a ratos, bastante complicado, porque no éramos precisamente un grupo de sílfides y el quad amenazó con quedarse en el camino unas cuantas veces. Finalmente regresamos a casa, sanos y salvos. Eso sí, después de haber comido barro (sin quererlo) un buen rato. Todavía no estoy muy seguro si lo peor fue la subida en el carro o la bajada sentado en uno de los laterales del quad.


Una cena algo más ligera que las anteriores, pero deliciosa en todo caso, fue el final del día y nos permitió organizar lo que sería nuestra partida al día siguiente hacia Poughkeepsie para dejar a Anna en el tren, ver el lugar donde había nacido Kathe y para luego volver hacia los Catskills en la última noche lejos de la ciudad. Y todos a dormir pronto que había que madrugar la mañana siguiente.

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  1. Anónimo13:50

    Que hermoso Tomás, que bueno que fueron por esos lados. Creo que lo que mas me gstó es la Misa a la que asistieron todos. y el cariño de los dueños de casa.
    Ahora el POBRE CARRITO y el barro son anécdotas graciosas.
    mamá

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