Arrastro mi maleta por el andén lleno de gente. Esquivo a dos viejos lentos, acabados, que hablan de política y de sus protagonistas como si fuesen conocidos. Salto como puedo sobre una muñeca que la niña llorona deja mientras vuelve su mirada húmeda hacia su madre, haciendo malabares con mi equipaje para no atropellarla. Hace calor, pero un viento helado sopla en mi cuello.
Encuentro el vagón que me llevará a mi destino. El 4, asiento 16 pegado a la ventana. Me siento, luego de luchar con mi cazadora para subir la maleta al portaequipajes. Cojo mi MP3 y me conecto a él, desconectándome del mundo real. Si bien miro por la ventana la estación de Atocha, siento que ese no es mi lugar y que debo salir de ahí. De momento, nadie ocupa el sitio a mi lado. ¡Qué gusto! Soy de los que no hablan en el tren. Detesto que intenten llamar mi atención con diálogos que no me interesan en lo más mínimo. No me abro a desconocidos o amigos fortuitos.
Anuncian la salida del tren y todo va bien. Sigo solo en mi asiento. Atocha se va alejando y mi sonrisa se vuelve más grande. Por fin podré relajarme durante el viaje.
¡Joder! Noto su presencia a mi lado. Si es que tengo la mala suerte de mi parte. En el cine se me sienta siempre delante el jugador de baloncesto o la señora del peinado que desafía la gravedad. Y en el tren, el armario empotrado. En menos de 3 segundos, ocupa su asiento y al menos un tercio del mío. Me aprieta contra la ventana y me agobio. Su codo se hunde en mis costillas y sus piernas medio abiertas utilizan un trozo de mi espacio vital.
Más que notar su presencia, en verdad, creo que trata de anular la mía. Es un pasajero pesado, que respira y tose por sobre la música de mi MP3 llenando el ambiente con su fisonomía. Pero me niego a mirar. No quiero establecer contacto visual que pueda derivar en una conversación, entrecortada al principio, hasta que tenga que quitarme mis cascos y poner cara de interés. Sigo mirando por la ventana de forma descarada y deliberada.
Pero ¡qué pretende! ¿No le basta con extenderse por todo el asiento? Quiere llamar mi atención y me hago el loco. Su codo se va incrustando en mi espalda, una vez que tuerzo mi anatomía para utilizar toda la comunicación no verbal que tengo disponible. Insiste. Tose con más fuerza. ¿No le duelen los pulmones? Sigue. Subo la música. Intento cantar mentalmente para evadirme. ¡Ay! El puto codo otra vez. No lo resisto más.
Me giro para intentar fulminarlo con la mirada y, si es necesario, con alguna palabra hiriente. Me quedo mudo. Miro hacia mi izquierda y no me sale ni siquiera un hilo de voz. Me veo a mi lado, pero en un tono más oscuro. Me miro y me digo: si querías huir de tu fantasma, este no es el viaje adecuado.
Vuelvo a mirar por la ventana. Y sigo así hasta que llego a Barcelona. Yo me bajo con mi maleta, mi cazadora y mi fantasma.
lamento comunicarte que buscaba la letra chica despues del cuento, como en el NUevo Testamento.Estoy definitivamente tonta, no logre captar el fondo del encuentro con tu fantasma me lo puees explicar?
ResponderEliminarnana
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