No estoy haciendo alarde de una personalidad multipolar ni de una crisis existencial, sino que simplemente reconozco la esencia de cada uno tal como la describiera uno de los pensadores más influyentes de fines del siglo XIX y comienzos del XX: Sigmund Freud.
Ese tres en uno está compuesto por el Ello, el Yo y el Super Yo (para otros: el Id, el Ego y el Super Ego), esos tres nosotros mismos que cohabitan en nuestro interior, extrapolando o reprimiendo nuestros sentimientos, percepciones y actos en una danza eterna. Tres figuras o representaciones del mundo interior del individuo que llevan impresa la carga social, educacional, la familia y la herencia; los deseos, los anhelos, las pasiones, el control, la dominación, los sentimientos, y lo que somos en resumen.
El Ello (Id) son las bajas pasiones, los instintos, nuestra marca de nacimiento. Lo que viene con nosotros. El Super Yo (Super Ego) es la parte moral, producto de la socialización, de la educación, de la familia y el entorno. Es el que pone freno. Y, en medio de ambos, el Yo (Ego) conviviendo como una especie de mediador. Algo así como el traumado hermano del medio (nada personal contra ellos, por cierto).
Como para decir que no somos nada de complejos. Y luego nos extrañamos, muchas veces, lo difícil que nos resulta compartir con los demás en muchos momentos de la vida. Si tenemos esa ecuación explosiva en nuestro interior, ya es un milagro hacer lo que hacemos y estar donde estamos.
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