La Paloma y las fiestas

Una de las cosas que caracterizan la idiosincrasia española es esa necesidad imperiosa por celebrar algo. Cualquier mínima excusa es suficiente para tirar la casa por la ventana (literalmente), sacar las barras y la música a la calle, llenarlas de colores y luces. Que si San Juan, San Cayetano, la Paloma, el Orgullo, carnavales y otras tantas que se me escapan, todas implican un cúmulo de gente fuera de sus hogares, en grupos variopintos, cantando, bailando, comiendo y celebrando, una de las cosas que mejor se saben hacer en España.
Hace poco leí en una revista que España es el único país de Europa que tiene la jornada intensiva de verano, esto es, trabajar seguido hasta las 15 o 16 horas (no lo recuerdo bien) para aprovechar las horas de la tarde y no dejarse doblegar por el incesante calor. Y porqué es el único, pues muy simple, porque en los otros países la gente no concibe almorzar más allá de las 15 horas. Esto revela, de cierta forma, ese espíritu festivo, no de flojera u holgazanería, sino que de apovechar al máximo el tiempo libre y disfrutar de la mejor forma los ratos de ocio. Véase como se vea, finalmente hay que aceptar que es una buena forma de enfrentar la vida y el agotador progreso.
De todas formas, la Paloma no es lo que me imaginaba, seguramente influnciado por algún espectáculo de zarzuela que haya visto en mi niñez, que era una fiesta típica, casi folclórica, pero más bien es un día de marcha cualquiera, pero con más licencias, más luces, más ruido en las calles y mucha, mucha más gente. Lo más típico que vi fue a Lolita Flores cantando en un escenario con ese vozarrón que tiene, para luego bailar al ritmo del Habibi, Sexy Thing, algo de funk y alguna que otra modernidad entre gente "super guay", que parecía que se habían perdido a la entrada del bautizo más que acercarse a celebrar unas fiestas en las calles de Madrid. Cosas de la idiosincrasia.

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